miércoles, 28 de marzo de 2012

Relato de jueves: "Las fiestas de mi pueblo"





Ferias y Fiestas en honor a Santiago el Mayor
Villanueva del Rio, Sevilla
25 de julio

Vemos amanecer desde las ruinas del castillo, mezclando la plata del rio, con el ocre de los trigales secos.
El maquillaje ajado, los zapatos de tacón en la mano, la flor se descuelga por el pelo descuidadamente, los volantes de mi traje de gitana exhaustos de tanta juerga.
Los fuegos artificiales dejan paso al alba, se van cerrando las casetas, se barre el albero y a los caballitos de cartón se les acaba la cuerda.
Más abajo se riegan los campos de maíz y los granados de la cerca, los membrillos, las higueras y sube un aroma a mastranto arrastrado desde la alberca.
La feria vive dos calles mas allá. La noria mecida por el solano, huérfana de la alegría arrebatadora de los chiquillos, exhibe sus colores a la mañana.
Ya no huele a algodón de azúcar, ni a garrapiñadas, ni a manzanas bañadas de caramelo (placer del engaño envuelto para regalo)
Se cambia al humo de los churros con chocolate, al café negro con buñuelos y aguardiente.
En las esquinas se recuestan los últimos borrachos que cuentan farolillos y lunares a través del cristal de la copa.
Los feriantes duermen a destiempo, callan las gramolas y los gatos escarban las basuras…
La feria enmudece mientras se abraza el sol a la cucaña.


jueves, 22 de marzo de 2012

Relato de jueves: "Déjà vu"





Hace unos cinco años que estuve aquí pensando que sería la última.
Respiré hondo y me dije: no te sugestiones, no pasa nada. Hay que cerrar el círculo. A medida que me adentraba bajo los pórticos, ese temblor, ese nudo atenazándome el pecho, el silbido en los oídos, el pálpito en la sien…

Era verano, verano otra vez, como aquel primero que, como turista, en grupo, visitaba la Alhambra atenta a las explicaciones del guía, pero con una sensación de estar al borde de un precipicio guardando un absurdo equilibrio. Mi mente me decía que yo formaba parte de aquel lugar, caminaba segura por los corredores que separaban las estancias, me eran familiares los patios, las torres, el aljibe del rincón bajo los arrayanes, el atardecer rojo… conforme avanzaba la visita un escalofrío me recorría la espalda y me erizaba los cabellos.
En un momento, aislándome de la charla, conté a mi prima que dos salas mas allá, en una estancia de paso, a la izquierda de la misma, se encontraba una puerta cerrada cuyo dintel era una viga de madera oscura que la atravesaba.
Justo al terminar la frase su atenta e incrédula mirada me devolvió a la realidad ¿Qué has dicho? Nada, no sé que he dicho. Y seguimos como borregos el itinerario marcado. Mis pies se clavaron en el suelo cuando ella me dijo: mira, la puerta.
No quise hacer ninguna pregunta porque nada sonaría lógico.
Volví veinte años después. Vagué sola por la estancia con la sensación de ser observada. Oí voces, susurros, risas apagadas y desde el centro de la habitación giré y giré buscando algo detrás de las celosías. Nada.
Era para volverse loca. No volvería más a la Alhambra.
Estoy aquí. Hoy me miro en el agua quieta de las fuentes buscándome. Soy lo suficientemente mayor como para no dejarme influenciar por los cuentos.
En el Patio de los Mirtos, el eco, multiplica el sonido de los laúdes y las cítaras. Los músicos ciegos no pueden ver mis lágrimas.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El cine en el recuerdo



Peculiar banda sonora se oía desde todos los rincones, hilera de grillos rayando la cal como un ejercito enlutado y la luna arriba bañando el rectángulo de tapias que albergaba la magia de ser protagonista de las historias de los otros.
Rota la noche en los arriates, mi vestido de los domingos, tu primer pantalón largo, los jazmines azules y la prisa por ser mayor…
Así nos bebimos los veranos de la niñez, descifrando la trama de los amores imposibles, ganando las batallas con el séptimo de caballería, sintiendo en el cuello el roce de los colmillos de un vampiro en blanco y negro, la risa y el drama de cualquier payaso que con la luz apagada no sabe encontrarse…
El cine de la calle Córdoba, a cielo abierto, olía a pirulí de azúcar tostada, a colonia de violetas, a maizal recién regado en las lindes…
Giraba la rueda del celuloide devolviéndonos a la realidad en su última vuelta, y cuando se encendían las luces, desaparecía el león de la Metro, el señor que inauguraba pantanos y el anuncio de la chispa de la vida aprisionada en una botella…
Soltabas mi mano. De domingo a domingo, jugábamos a ser novios.