sábado, 28 de febrero de 2009

Gracias a la vida




Vino mi madre a parirme en la mitad de marzo
cuando los gorriones presienten la primavera,
cuando el sol conjuga amarillos en los tejados.
Parece que las nueve lunas que me cobijó en su vientre
las pasó afanada preparando el mundo para mi llegada.
La perfección de la luz que me dio la bienvenida,
vistió al azahar de festivos encajes.
Era Sevilla un cofre de aromas
abierto de par en par en la mañana.
La canción del agua fue mi nana,
porque el Guadalquivir nunca duerme.
Rumor de abrazos,
susurros de clavel entre las sábanas…
y su sonrisa… la sonrisa de mi padre
que sin querer, me quiso.
El mundo regalado no me cabía en los ojos,
de tan inmenso.
Impregnado el aire del azmicle de sus voces,
y acompasado acorde, mi corazón,
a ritmo de blanco y verde,
Con Arrullo de zambras,
campanas de morunas torres,
murmullo de fuentes
y golondrinas de plata mecieron mi cuna.
¡Como para no sentirse grande!
Mi madre vino a parirme en la mitad de marzo,
y en Sevilla…
¡Qué más voy a contarte!

miércoles, 18 de febrero de 2009


Hoy no quiero mirarme en el calendario,
mejor no saber el día de mis ojeras,
mejor, no ajustar el dolor a mi horario.

martes, 10 de febrero de 2009


Migración


Me parece a mí, que los nidos de las golondrinas son de harina tostada, así, las tardes de verano, mientras los niños duermen la siesta, me siento en la acera, donde ya la sombra dibujaba dos mitades en los muros (una azulada y la otra de oro), a mirar los nidos que se alinean en el alero del tejado. Los pájaros van y vienen con una prisa que forma garabatos, a negros trazos como en un pentagrama, se quedan sus giros y la música de sus alas en el aire caliente y dulzón de agosto.
Volcán de canela el nido de la esquina, porque el viento lo tiñe con el polvo de la era, rubor de trigo al barro, pone la golondrina en su casa.
Acicala sus plumas al borde del agua en la acequia, cuando nadie la ve, ni siquiera yo, porque aunque desde aquí se oye el ruido del agua, el regajo está calle abajo, al filo del campo.
Viven en la orilla los juncos, la retama, campánulas moradas, blancas, rojas, de redondas semillas con las que haré en otoño, collares, pulseras y ajorcas…. Para entonces, ya se habrán ido las golondrinas, se quedará la ausencia colgada del barro sin el sabor a harina tostada y a canela de mi calle empedrada.
Pero eso será mas tarde, cuando se vayan borrando las siestas, cuando la verde sombra de las moreras se desnude y el sol se acueste temprano.
Ahora no, ahora los ladrillos de la acera arden a las cinco de la tarde.
El canto de las golondrinas rebota bajo el arco del zaguán, gritan como un ejército asustado
Vuelan casi pegadas al suelo y de repente, como si se desdoblaran, llegan alto, a cielo abierto, en segundos.
Con tesón construyen una fortaleza de adobe, milimetrado traje para gustar a la primavera, enamorar al verano, y preñar de azul plumaje los alambres de la cerca del huerto.
Miran al sur del sur, trazando itinerarios de otoños.
Su prisa contrasta con el lento discurrir de mis horas, tanto silencio, soledad tanta…
Mientras el tiempo se para entre las cuatro y las seis, yo descifro el vuelo de las golondrinas, dejando la puerta abierta a la migración de los sueños.
Con las manos extendidas sin aprisionar la libertad de la una y de los otros….

Ya se que los niños vendrán pronto, que sonará el látigo de la comba y asustará a las golondrinas, que tendré que apagar mis cavilaciones y hacer lo que se supone que debo… baldear la puerta y sentarme en la mecedora, cadente, buscando la complicidad del abanico para engañar al aire que quema, aún después de atravesar las morunas callejuelas desde el rio hasta mi casa.
Casi de noche se aleja el griterío a las cocinas, a los patios recién regados, a las azoteas para dormir al raso, a las alcobas donde el amor vive… o muere.

El búcaro guarda, como yo, tras la apariencia serena, el fracaso de lo esperado.

viernes, 6 de febrero de 2009

Llanto de sal




El reloj de arena ya nunca marca la hora,
la prisa encerrada estalla,
y salpica de tiempo la coraza de mi alma.
Vigila la puerta una espera,
un silencio sin medida.
La noche talla tu nombre en mi veleta,
Al aire sin fronteras me desnudo,
Vas o vienes rozándome el aliento,
Libre.
Mientras oscila inservible el péndulo de mi tristeza,
la luna acuchilla los tejados.
Y desde todas las heridas, se oye llorar al mar.

lunes, 2 de febrero de 2009

Una lluvia de versos para La Avellaneda


El acto ha tenido lugar bajo una cortina de agua, pero hemos leído el testamento de La Avellaneda y cada uno de los veinticinco asistentes ( en "la hora punta") han recitado algún poema de la escritora.

Al acto han asistido:

Rafael Gómez de Avellaneda descendiente directo de Gertrudis, con su mujer e hijos. Representantes de la Asociación Gertrudis Gómez de Avellaneda de Constantina (lugar donde nacio su padre)

Representantes de El Baratillo Joven

Poetas de la Asociación Cultural y Literaria La Avellaneda.

El Mundo y el ABC se hacen eco del homenaje.