viernes, 26 de febrero de 2010



En la ventana de tu sombra
por dónde se desliza, íntima,
la luz ,
entorno mi cuerpo desnudo
esperando tu marea.
En la orilla del atardecer,
cuando izas tu risa como una cometa,
y las chimeneas atan lazos de humo
a su hilo de luna,
yo seré, lo que tu quieras que sea.
Cuando vengas a buscarme
con el viento de tus dedos,
y me des-duermas contigo
en la noche de tus ojos,
Entonces…
mientras sea tuya, no me despiertes,
Aunque el mundo se apague por completo.

viernes, 19 de febrero de 2010

Anónima



Enjuta, muda, a ras de su sombra, hilvana olivos a la siesta mientras las chicharras ensordecen al aire.
Va, como cada tarde sin levantar la mirada, tratando de ocultar el agosto vacío bajo su pañuelo negro.
Los niños, crueles, le tiran piedras desde la cerca y ella, de acero, inmutable, no se detiene, no delata, no humilla.
Las veredas duermen, el solano cimbrea las pitas y vuelan bajo los cuervos de paja.
No se quien tiñe el paisaje en tonos sepia desde la puerta a sus adentros, ni quien siembra de umbría los surcos de su piel.
Una tez cenicienta, un rictus de amargura se adivina tras el luto. Roto los espejos, no se conoce.
Los perros dormitan en las aceras oyendo el tañir a muerto según costumbre.
La campana le apaga la voz, y calla la letanía tantas horas ensayada,
creyendo su propia mentira para justificar la borrachera.
Calle arriba se esconde en su prisa hasta llegar a la puerta entornada de la taberna.
Pocas palabras cruzan. En su cesta de pleita lleva una botella envuelta en una tela de saco. Alarga la mano y deposita seis reales sobre el mostrador.
El tabernero rebosa el vidrio con aguardiente barato y le devuelve la bolsa con silente ritual de desprecio.
Es un intercambio de indiferencia absoluta.
Desanda el camino, antes de que vuelvan las beatas de misa, antes de que los jornaleros regresen del campo y antes de que las vecinas hagan corrillo en las puertas y la señalen con el dedo.
Los niños vuelven a apedrearla.
La herida durará para siempre, como la soledad parda de los domingos.

sábado, 6 de febrero de 2010

Sabados literarios "Una segunda oportunidad"



La novia



Una última ojeada… algo prestado, algo azul y la ilusión asomándose exagerada a los ojos.
Voy a casarme por segunda vez.
Llevo prestada la sonrisa, y de azul, este trozo de cielo que se me cuela indiferente por la ventana.
La ilusión es eso que me transforma en “la novia” con esa etiqueta de azahares caducados, la que destierra de mi carnet de identidad la juventud imprevista.
Llevo un vestido blanco almidonado de respuestas, mi velo de tul es como una cárcel diminuta que me esconde de las preguntas.
Yo, siempre tarde a todas las cosas importantes de mi vida.
Siempre fui el segundo renglón de cualquier historia, la última del silencio, la ninguna.
Yo, dicen, que soy feliz.
Todo está listo. La luz no me reconoce desde el crisol de tus ojos, una vez más, ni me has mirado.
Aquel cura amigo tuyo se ha ofrecido voluntario para la ceremonia. Nos va a bendecir. Va a bendecir veinticinco años de indiferencia, pero claro, él no lo sabe.
Que guapos están los niños. Llevan días aprendiéndose de memoria el evangelio de San Lucas, aquel que habla del amor… Por hoy se van a olvidar de las noches que pasaron ocultos mientras tus gritos nos amedrentaban.
Los amigos, los vecinos, la familia de los domingos… todos callarán.
Me digo que estoy guapa por fuera, y que te quiero, y que me quieres… Y ni siquiera lo aprueba el espejo.

lunes, 1 de febrero de 2010

Al otro lado de Sevilla


El silencio tiene matices.
Este silencio me cuenta cosas que nunca supe.
Mi llegada alborota a los gansos
que se miran vanidosos en el agua
queriendo cumplir el sueño del cisne.
Abandonar el gris plumaje entre los juncos
y desnudos robar al atardecer
pinceladas de sol que los haga hermosos.
Se oye a lo lejos el quejido de los remos,
parecen acariciar el agua como amantes.
Con la prisa de abrazar la corriente,
no se detienen a besar las orillas.
El silencio delata el rumor del rio,
la lágrima del viento en los ojos del puente,
y la circular danza de los vencejos.
Sueña el alfarero, que la luna es una gubia de plata
que hiere de luz al Guadalquivir.
Yo he visto sirenas de piel de barro en ésta orilla,
gitanas de espuma, yunques de arena...
Una marea de azahar me arrastra al paraíso.
La noche llega a Triana.
Silencio.