viernes, 29 de octubre de 2010

Halloblowen "La hija del enterrador"




No éramos una familia normal. Sólo bastaba un detalle para delatarnos. Vivíamos en una casa sin esquinas. Así explicábamos sin más detalle, cuando alguien preguntaba por nuestra dirección.
Raros, éramos básicamente raros. “Básicamente” según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, venia a decir más o menos: “Con arreglo a los principios y fundamentos de algo.”
Y desde el principio mis padres, fundamentados en no se que cosa del amor, decidieron contraer matrimonio aunque no tenían donde caerse muertos.
¡Que ironía! Le ofrecieron trabajo de enterrador y ocuparon una vivienda sin ventanas, adosada a las tumbas que daban al norte, oscura y húmeda como corresponde a cualquier osario de cualquier cementerio.
Allí nací yo, básicamente normal, pero inservible para los planes.
Quisieron cambiarme por un ternero en el mismo instante del alumbramiento pero el candidato al trueque no estuvo de acuerdo. Argumentó sin fundamento, que tenía una tara. Sonreia.
Mi madre me escondió. Yo la vi parir un hijo cada año, todas mujeres, feas y sin tara.
Su futuro estaba asegurado. Aleccionadas magistralmente, se convirtieron en las mejores plañideras de toda la comarca, impecables en cuanto a la palidez y el grito y dependiendo de si el muerto era de familia acomodada, hasta fingían un desmayo que terminaba con convulsiones y un vómito de sangre negruzca que daba un efecto trágico al evento.
Conmigo no se ganaba dinero así que mi casorio se amañó pronto. La dote era yo misma y la advertencia de que pasara lo que pasara, no sería devuelta. Mi madre me dio consejos, mi padre nada.
Me chocó verme de repente en una casa con esquinas. Por fin pude llorar por los rincones.

jueves, 14 de octubre de 2010

"Aciertos y equivocaciones" Relato para el jueves




Dudaba si contarselo a mi madre, temí que su ya precaria salud no aguantara la noticia. Quizás fuera la última vez que me diera consejo y seria quizás la primera, que yo no le haría caso.
Ella sabía que algo pasaba, no me miraba de frente y sus ojos achicados por los años, desviaban mis explicaciones a lo oscuro. No hay tiempo para adornar el silencio. No lo hay, madre.
Entonces, poco dada a los abrazos, me acunó por una eternidad antes de la única pregunta. ¿Porqué?
Ni un reproche.
Caminé sin mirar atrás. No supo si lloré.
La gente tiene razón… fui cobarde. Igual mi suicidio fue un error.

viernes, 8 de octubre de 2010



A veces, se acerca el horizonte
a la guillotina de mis párpados
donde la ciega frontera del día agoniza.
Por la herida de luz brota la noche,
y descosida por los bordes
me traga.
Dormir, dormir, dormir…
Para despertar masticando ceniza.