domingo, 22 de diciembre de 2019

Estatuas para un jueves de diciembre

Los diferentes


Amo a los diferentes, 
a los que tienen sonrisa de luna rota, 
a los abandonados del arco iris. 
Amo el gris de su abecedario 
y la maraña de sus preguntas. 
Amo a los diferentes 
que arañan la corteza de la cobardía, 
a los que gritan hacia adentro, 
a los que buscan a ciegas otras caricias.
El eco de sus silencios agujerea el miedo 
derramándose en palabras torpes.
Yo amo a los diferentes 
porque en el fondo, me reconozco.












miércoles, 18 de diciembre de 2019

El delantal de mi madre







Lo que daría, por refugiarme
entre los pliegues de tu delantal, madre,
a salvo de los años que me queden por vivir,
al calor de tus consejos, 
a la sombra  del vichy cuadriculado.
Sacar de la magia de tus bolsillos, 
el pan para mi hambre,
el pañuelo de yerba para mis lágrimas,
el hilo con que zurcir los sueños rotos.
Atarme con las cintas los pensamientos,
dos vueltas al regazo, un abrazo al cuello,
y dentro tú y tus silencios, 
como un templo.
Tu delantal, madre, que huele a alucema,
a noches de desvelo avivando el fuego 
de todos los inviernos que nos crecen en las entrañas
conforme vamos haciéndonos viejos.
Porque no pude, madre, guardarme tu risa,
entre la piel y la noche,
ni aprenderme de memoria los cuentos
que escribían tus ojos en los míos,
porque no supe, madre, parar el temblor de tus manos,
en el adiós irremediable de los relojes.
Desmenuzo las horas desde que no te tengo,
llenando de migajas el delantal de tu ausencia,
alimentando el vacío con la prisa 
de no llegar a ninguna parte.


Mamá María

sábado, 14 de diciembre de 2019

Palabras que el amor desordena




Hay un cordel atado a la tarde 
donde los amantes tienden su última caricia.
Allí donde el desapego va dejando cadáveres, 
y la náusea del tiempo sobrevuela sin prisa.
Hay un ábaco para sumar deshoras,
un mañana escrito con tiza, un tal vez, un nunca…
Hay un labrador de manos torpes
que esparce semillas en las grietas de la costumbre.
El hambre de los cuervos nos iguala
y al anochecer nos repartimos  las sobras y la culpa.
Hay un erial entre dos manos que delimita el miedo,
una  hilera de palabras que el amor desordena, 
una sequía pertinaz en las cuencas de los ojos.
Hay un cordel atado a la tarde, 
por donde el sol, funámbulo sin aplauso,
atraviesa hiriendo la ceguera de los cardos.