jueves, 8 de junio de 2017

Un relato para el jueves: Helado de anís







Agosto del 69.
“El vestido sin bolsillos no me sirve para guardar la luna…”
En un cuadernito iba anotando frases sin sentido pensando que  algún día me harían falta. Ya ves, así todo en mi vida, guardar para mañana… ¡No aprenderé!
En el silencio de las siestas, mientras las chicharras desentonaban alto, yo jugaba  al mar en el agua sin sal de mi cubo de latón, en ese patio  donde el sol duele mientras cae por los tejados y adormila a los abuelos y  a los gatos.
Calculando la hora a través de la enredadera, esperaba a que apareciera calle abajo, el carro del heladero.
Los chiquillos, en desbandada, lo acompañabamos en su recorrido hasta la plaza. 
Allí abría la cántara de metal revestida de corcho que guardaba el delicioso helado de anís. Un tesoro que costaba una peseta.
Sólo quedó el efímero placer pegado a los dedos y  la escena para siempre en mi memoria.
Escribí en mi cuadernito: “La felicidad se derrite casi sin probarla, como el helado en agosto”