lunes, 25 de febrero de 2008

Guapa


-GUAPA-

Deja la cesta de la compra en la mesa de la cocina y se sienta a fumar un cigarro. Se está bien en este territorio de nadie.

Saca las acelgas, las alcachofas, los puerros, ¡que tortura de regimen! Una botella de vino barato camufla su bastardía tras una vitola de letras doradas. Un adorno en la estantería, un reclamo de clase para los incautos.

Como ella, justo como ella.

Todo es una pantomima, una función mediocre de circo donde los payasos ensayan alegrías bajo el disfraz del hambre.

¡Gorda!

Abre una cerveza tapando intencionadamente el número de calorías. No pasa nada…por una vez….

Guarda los tomates en el cajón de las verduras, saluda a la lechuga, aliada triste de sus días de dieta, cuenta esos yogures poblados de bífidus, de omegas, de oléicos, de fruta sin fruta, le leche sin leche. Le quedan dos. Serán el broche de oro de un triste almuerzo y una, no menos patética, cena.

En la pizarra de anotar olvidos, no hay nada escrito.

Mecánicamente limpia las sartenes, y mientras tanto repasa el texto, mide el ritmo, acentúa las pausas, cuida la entonación, ensaya una sonrisa, y hasta cierra los ojos para escuchar los aplausos.

Tiene las manos de pena de tanto fregar. La piel de los cincuenta no admite piropos por adorno.

Canta, a veces canta para apagar los silbidos de la olla exprés. Un ruido mata a otro ruido, -dice- hasta que los vecinos clausuran el concierto en favor de la siesta.

Hoy compró pinturas en la tienda de todo a cien. El carmín a juego con la laca de uñas, y una cajita de sombras lo mas parecido al verde gatuno de sus ojos.

La cosmética económica hace estragos en la piel estresada, se atiranta o se cuartea, según el día, dándole a las arrugas el protagonismo indiscutible.

Desde el reloj sin tiempo de la pared, se le hace tarde. Por una vez colgará a la eficiente ama de casa en la misma percha que el delantal. Se va de picos pardos.

La comida no estará lista a su hora. A ver que tal le sienta a la “tropa” comerse un triste bocadillo. Lo difícil será no sentirse culpable de tal abandono.

¿Sobrevivirán?

El espejo del baño está rodeado de luces como el camerino de una artista.

Como ella, justo como ella.

Se trasforma desde la primera gota de agua, se resbalan por su piel los problemas cotidianos, se enredan en sus pies, atascan el desagüe…

Con el dedo ha escrito en el cristal empañado “guapa” y mientras se restaura por fuera, ese adjetivo la embellece por dentro.

Se ve la vida de otra manera subida en los tacones. La falda nueva (no hay porque airear que es del mercadillo total, solo la separa una letra del glamour, en la etiqueta dice Versache en vez de Versace) se ajusta con meticulosa perfección a sus michelines. Guapa, ella se ve guapa.

No hay carroza que la espere en la puerta a pesar de que en su cocina se amontonan las calabazas. No importa, también vale el autobús de línea para esta princesa destronada.

Ensaya un contoneo cuando ve su figura reflejada en los escaparates. Se ríe hasta de su sombra.

Dos calles mas abajo la llaman señora, le hacen una reverencia cuando cruza la puerta, le ayudan a quitarse el abrigo y le acompañan directamente a un escenario…

Se abrió el telón exactamente mientras dejaba la cesta de la compra en la mesa de la cocina. Allí comenzó a pensarse importante, a sentirse importante, a ser importante escondida en el anonimato, como una triste acelga.

Que cosa más absurda e insignificante eso de ser poeta, –dicen en su casa-

Los aplausos la elevaron más allá de sus zapatos, justo al borde de unos versos de desamor… sin destinatario.

Se apagan las luces, se cierran las puertas, se guardan en el bolso los sueños, desanda el camino…

Se quita los zapatos a la entrada para no hacer ruido y escribe en la pizarra de anotar olvidos “GUAPA”.

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