
Enmarcada en el espejo como una pintura anónima y colgada de la rutina, se adorna la vida con remedios abstractos.
Pasa todas las tardes sola, unas tardes que se alargan a veces hasta la madrugada mientras la ausencia se hace costumbre que ya no duele.
Se sienta frente a la pantalla del ordenador y teclea con desgana.
Tras las letras se va desnudando con aquel desconocido que la piensa hermosa.
En otra parte del mundo, los mismos relojes marcan el hambre de abrazos.
Sabiéndose ajenos, sin tocarse más que con las palabras, juegan a amarse.
El, la esconde bajo clave para que nadie la borre de su soledad.
Ella, se ajusta la careta y con el papel estudiado, se dispone a ser “la otra”.