domingo, 1 de agosto de 2010

La analfabeta

Me estaba prohibido hacer la limpieza en aquella parte de la casa, las ventanas que daban a la galería, permanecían cerradas a cal y canto.
-Bajo ningún concepto se la puede molestar mientras estudia- Fueron las órdenes desde el primer día que me contrataron como cenicienta por horas.
La señora rara vez salía de su cuarto.
La imaginaba yo entre librotes empapándose de conocimientos, sumando a sus ojeras la tinta que restaría a las letras, memorizando logaritmos o deleitándose con las Odiseas de un tal Homero entre otras cosas…
Lo que debía alimentar la cultura a juzgar por la cara de satisfacción con la que aparecía de vez en cuando a darme instrucciones.
Estuve tentada mas de una vez a comentarle que, siendo tan erudita ella, y tan inculta, yo, podría pagarme en especie. Pero no me daba opción de conversación tan larga, pues enseguida se atrincheraba en su cuarto.
La escoba, el cubo, el trapo, no necesitaban prospecto pues se diría que habían nacido como un apéndice más en este cuerpo analfabeto.
Por eso se me contrató, porque yo era poco menos que nada. Ni siquiera me servía en aquella casa el sustantivo propio que me pusieron al nacer. Facunda. Es bien bonito.
Allí me acostumbré a ser sólo un pronombre. TU.
Despojada de calificativos y sólo muy de vez en cuando me adornaban el tiempo con un verbo imperativo: limpia, cocina, duerme, calla.
Un día la señora me pidió el plumero. Yo me ofrecí inmediatamente a limpiar el polvo de donde fuere menester, temerosa de que me despidiera por no hacer bien mis tareas. Pero no, no era eso, se esforzó para que entendiera que el plumero y ella iban a hacer un experimento con las estanterías, lo de la gravedad o algo así -supuse yo-… en fin, que, grave, grave, no sería mucho porque se le oía reir como una descosida desde el otro extremo del pasillo.
Salvando alguna que otra excentricidad, era un placer trabajar para alguien que cultivaba su intelecto con tantísimo esmero. Yo admiraba su sacrificio y las horas de clausura entre esas cuatro paredes, para total, conocer los afluentes de los rios africanos, el ritual de apareamiento del escarabajo pelotero, el precio de la moneda en Sigapur o el código genético de los helechos.
Pero, claro, a ella se la veía tan feliz pasando el plumero por los lomos de la cultura…
No sabría decir si los quejidos que alguna noche me desvelaban, procedían de aquel cuarto, y recordé la frase que mi señora repetía cuando alguien le aconsejaba dejar por un tiempo el estudio: ”El saber no ocupa lugar”, a mi no me cuadraba la respuesta, pues me constaba que tanto libro no le dejaba espacio ni para respirar. Pero no era el caso, las madrugadas sonaban a estampida, a ejército en plena batalla.
Facunda, me dije, tú en imperativo, ¡duerme!

No se cual fue la causa, igual es que con los años me había tomado cariño. Por fin tuve acceso a la habitación del fondo bajo juramento de no tocar ni revelar lo descubierto.
Me regaló todos los libros incitándome así a pulir mi incultura en favor del cuidado meticuloso de tan peculiar mobiliario. (Juzguen ustedes mismos)



Ya se las cuatro reglas, pongo empeño, pero aun me queda mucho que aprender.

4 comentarios:

ralero dijo...

Y es que los libros, en ciertas circunstancias, no dejan de ser un incordio.

Je, je, muy bueno.

Abrazos.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

jajajajaa...curiosa estantería!...y me pregunto (por que se me ocurren varias posibilidades)...para qué cuernos utilizaría el plumero??????????jajajajajaja

Un abrazo!

casss dijo...

tan original el relato como la foto!!!
un abrazo

Dafne dijo...

Pues mira ,te dirë que me gustan estos libros ,y yo estoy de cambios asi que no sé si me cambie la biblioteca..jejjej

Besos!