
Hicimos el amor como si se fuera a acabar el mundo.
Si, si, ya se que te parece una barbaridad a mi edad, pero me hizo arder en segundos.
Hacía mucho que no me sentía deseada de ese modo, hasta llegar a la locura que supone tragarse los gemidos por temor a alertar a los vecinos.
Nada fue improvisado, llevábamos meses planeando el encuentro. No había un lugar mas seguro para dos infieles.
A esa hora, en su casa, su mujercita estaría poniendo la mesa, mirando el reloj para tener a punto la sopa, olvidada completamente de parecerle hermosa.
A esa hora, en mi casa, mi marido dormitaba en el sofá después de tragar sin comentarios la comida, cerró los ojos sin reparar en mi carmín nuevo, mi falda corta, mi pelo cuidado.
Sincronizados, él, aparcó el coche en la esquina. Yo, bajé a tirar la basura.
Nos cruzamos en el portal, justo cuando los niños del segundo volvían de la escuela con la algarabía propia de una desbandada de pájaros.
El vecino del cuarto derecha, ese que nunca saluda, nos robó cuatro minutos hablando del nuevo presidente del Betis.
El ascensor de los pares subió con los niños y el vecino. El de los impares nos invitó a perdernos.
La pasión se multiplicó en todos los espejos mientras subíamos al piso diecisiete y bajábamos de vuelta a la realidad.
Me abroché la blusa, bajé mi falda mientras él se alisaba el pelo y la corbata y me miraba aún, derritiéndose.
Una última ojeada antes de que se abrieran las puertas y ensayamos ser dos extraños coincidentes.
Al salir nos encontramos con los operarios de una empresa de seguridad. Buenas tardes señora presidenta, -me saludaron- desde esta mañana está instalada, tal como se acordó en la última reunión de propietarios, la cámara de video dentro del ascensor para averiguar quien es el vándalo que roba las bombillas y hace pintadas en los espejos. ¿Me firma usted el albaran por favor?