
¡Que no!
¡Qué crisis, ni crisis de los cuarenta!
El michelín que dificulta mi respiración no es cuestión de estado de ánimo, si no de construcción heredada de mi madre.
¡Que le vamos a hacer, la puta genética!
Yo era un perfecto armazón de huesos poco revestidos, una rubia natural y graciosa con dos ojos que se intuían de color verde gatuno cuando el amor se colaba por las rendijas de los diecisiete años…
Las redondeces de mis pantorrillas y la magistral exhibición de mi sonrisa levantaba un inquietante revuelo.
Nostalgia del pavo real, eso es lo que tengo… de las mañanas de sol y su grito alargando el eco en las torres.
El atardecer rojo y púrpura es como un abanico que alienta en la noche el multicolor engaño del arco iris de su cola.
El alarido del pavo real quemó el rastrojo de mis años tiñendo de ceniza los cabellos. Secó el vergel de mi saliva y agrietó la voz del tiempo.
¿Se es vieja a los cincuenta y tres?
Toca callar y dar prioridad a la cordura, toca aliarse con los espejos, toca esconder años del calendario lunar que habita en mi vientre ya seco, toca renunciar a sentir, porque desentonan las arrugas con la felicidad.
La razón me alerta de que cada día hay menos hueco entre lo que quiero y lo que debo querer, eso me produce un tipo de asfixia libertaria no reconocida por la O.M.S.
¿Desde cuando los pavos reales lloran?
¿Depresivos en el paraíso?
¡Eso es muy difícil de detectar, coño!
Así que hoy he decidido tirar las plumas que adornan el jarrón a la entrada de mi mala suerte.
Que dan mal fario, me ha dicho una gitana.
-Pavoneando su belleza a pinceladas sepias, vive el retrato que da fe de la deferencia que tuvo conmigo La Madre Naturaleza a los diecisiete-