
-Replicante casera-
Todo comenzó por esa obsesiva sinrazón que nos atenaza a algunas mujeres, el miedo a envejecer, a no aceptar los surcos del conocimiento que nos atraviesan la piel y nos arrugan la razón. El ritual de cada mañana para fragmentar los años en parcelas desiguales de felicidad a quienes echarle la culpa de que a mayor sufrimiento, menos tersura en el envoltorio que nos guarda.
Yo no tenía dinero para costear los caros tratamientos que me devolvieran la frescura de mis veinte años, ni cremas ni masajes ni cirugía. Solo estuvo a mi alcance acudir a un visionario del barrio, que, a cambio de unos versos (dije versos) y dos tortillas de patatas, me dio unos remedios caseros para mi mal.
Y heme aquí en mi primer día de tratamiento. Según las anotaciones, debo mantener la cabeza dentro del microondas durante diez minutos a temperatura máxima, alternado con otros diez de estancia en el congelador y si mi cuerpo aguanta, tres tandas de diez a lo largo de la mañana.
Voy notando como la nuca adquiere una textura fría como de metal y conforme se transforma en algo ajeno, a la par de mis pensamientos, otros pensamientos generan rebelión.
Este experimento no tiene nombre. Repaso el manual:
Para asimilar la transformación tengo que meter los dedos en el enchufe, asi, valientemente.
No se si será normal pero se me van adosando los cazos, las espumaderas, la tapa de la olla exprés, las sartenes, como apéndices se integran y me mudan.
Ahora soy otra, no encuentro calificativo. ¿Más guapa? ¿más joven?
La pila del reloj se me ha empotrado en la frente, me adorna, si.
Dos sístoles, dos diástoles rugen dentro de esta carcasa, replicando.