Miro los tejados donde el aire borra a su antojo los
atardeceres malvas.
Anidan las
gaviotas en este mar de chimeneas, se
clavan en el silencio sus graznidos emulando al llanto humano, espantando
al sueño.
Grises, tiznan el trozo de cielo que veo desde la ventana
y crueles devoran a picotazos a una paloma torpe.
Gritan cada vez más enajenadas de norte a sur, de éste a
oeste blandiendo sus alas en la batalla con la noche, lejos, cada vez más lejos
de la sal.
Han olvidado el rumor del agua acunando la arena y
construyen sus nidos aquí donde las olas son de mudo cemento.
Agosto cierra la puerta y me escapo por las rendijas de los días, a cielo abierto,
para no mutar en absurda gaviota de ciudad.
6 comentarios:
Es una pena ver que la naturaleza tiene que mutar para adaptarse a los cambios que le imponemos.
Lo has dicho de forma poética y se lee suave, pero la realidad de tus palabras llega.
Un abrazo.
No me gustan para nada las gaviotas, ni en ciudad marítima, ni en la playa.
No me gustan para nada las gaviotas, ni en ciudad marítima, ni en la playa.
Por lo que veo son tan cag... como las palomas. Son unos animales enormes y ¿sabes qué? me da una pena enorme verlas comer en los vertederos de basura. Personalmente me gusta verlas, pero de lejos, me impresionan...
Un abrazo, Rosa.
Me encantó la entrada. Bravo.
Espera que te aplauda...Ya.
Besos, desde este mar de olivos.
A diferencia de Tracy, me gustan mucho las gaviotas, pero en su sitio, jugando con las corrientes de aire, como Juan Salvador. En la ciudad no pintan nada, pero cada día hay más, incluso en este secarral del centro de la península.
Por otra parte no te veo gaviota de ciudad, seguro que siempre tendrás rendijas para evitarlo.
Besos.
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