Llovía en el campamento de refugiados, el terreno de juego
delimitado por una hilera de piedras, dejaba al horizonte la tarea de contar
los pasos reglamentarios.
Mahel no abandonó su puesto a pesar de que el partido había terminado.
La pelota, un amasijo de trapos que le había hecho su abuela, se había
enganchado en las alambradas y esperaba que la lluvia la rodara hasta sus manos
huérfanas de victoria.
Volver a casa con la sensación de haberse tragado la luna…
Mamá, hoy tampoco hemos ganado.
(Los niños aprenden las reglas del juego)
1 comentario:
Infinita tristeza la que se desprende de tu relato. Ni tan siquiera en el campo de refugiados, delimitada su libertad por alambradas, le sonríe la victoria. Vuelve a su improvisado hogar, bajo la lluvia, abatido por una derrota más.
Un abrazo, Rosa.
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