
La puerta se ha abierto suavemente como empujada por el soplo de un ángel.
No se gira, no quiere poner rostro a los pasos que llegan, no tiene prisa por descubrir.
Espera, sólo espera.
Aparta fuego del fuego y arde al aire dibujando su nombre.
El humo va borrando las letras, como un cómplice.
Que nadie sepa, que nadie llame.
El dolor desconectado para no echarle de menos.
El mar de espaldas.
Tanto silencio en las caracolas, tanta sal en la herida, tanta sed en los labios.
No, no era nadie…
La soledad que se cuela ignorando los cerrojos.
El ángel que espera no susurra más que ante la puerta del deber.
Y aquí sólo vive el amor.