
Yo no sé bien como será eso de morirse,
si la angustia será la que hiele los huesos
y atravesando la hiel me llene la boca de sabor amargo.
Comenzará la danza del letargo de mis caricias,
No sabré dónde terminan mis pasos,
dónde comienzan mis dedos,
desde que perfil grita mi sangre.
Hasta los ojos perdidos en horizontes
tan cercanos a tu piel,
tendrán el color inequívoco de la nada.
Mi lengua,
mi voz,
mi tacto,
mi otro corazón,
el que siente,
parecerán buitres merodeando la hora.
Yo no sé bien la nausea y el estertor cuándo aparecen,
cuándo dejan de ser importantes los sueños
y cuándo son los deseos veneno para la soledad.
Que no quiero ahuyentar la prisa con mis preguntas,
ni trabar el minuto en que se extinga mi capacidad de asombro.
Hasta cuántas veces se muere la esperanza,
cuántas cuentas descuadrarán la matemática viva
de mi sístole y mi diástole antes de desnudarme de todo.
Y que será todo lo que pueda llevarme
cuándo el miedo me ocupe los huecos.
Desde que vértice se pondrá en marcha
el péndulo que me desquite la palabra.
La luz, desde que mirada ensayará la huida,
quien se calzará la noche para que no suenen más mis pasos.
Yo no sé bien cómo será eso de morirse
des-oyendo el ruido de la conciencia,
A quién le importará el testamento pobre de la renuncia,
a quién le dolerá lo que callo.
La sombra borra la ortografía del epitafio,
alerta a los gusanos,
ahonda en las heridas del tiempo
y sangra la carcajada incrédula entre los dientes de la vida.
Si así fuera…
Rubrico al último verso.