Llovía como si se hubiese rasgado el cielo, el campo de
juego delimitado por una hilera de piedras, dejaba al horizonte la tarea de
contar los pasos reglamentarios.
Mahel no abandonó su puesto a pesar de que el partido había
terminado.
La pelota, un amasijo de trapos que le había hecho su abuela, se había
enganchado en las alambradas y esperaba que la lluvia la rodara hasta sus manos
huérfanas de victoria.
Volver a casa con la sensación de haberse tragado la luna…
Mamá, hoy tampoco hemos ganado.
(Los niños del campamento de refugiados aprenden las reglas
del juego)
4 comentarios:
No es necesario ganar, pero hay que aprender a perder sin dolor , sin herir la autoestima, me cuesta explicar que lo importante es divertirse. Pero si vuelvo a leer tu texto la tristeza me invade. Un abrazo
cuanta paz hay en tu maravilloso texto
Cuando ya no somos capaces de ser ecuánimes, buscamos apoyo en las pequeñas cosas de la vida, sin embargo, el corazón no da tregua y las pequeñas tristezas duelen tanto como las grandes.
Has hecho un retrato sabio y sencillo.
Un abrazo.
Las alambradas, siempre las alambradas...
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