viernes, 31 de julio de 2009

Sábados literarios de Mercedes ¿Quien se comió al gato?



“Yo, veía la sonrisa tintineante del diente de oro de la abuela Margarita, una anciana de pelo amarillento y huesudas manos, que me tenía de invitada algunos inviernos.
En el regazo de delantal negro, aún estaba la huella de la gata “Sombra” y la rabia en la voz cuando se preguntaba quien la mató, cocinó y escondió sus huesos en la alacena.
Sentados cerca de la chimenea, los niños escuchábamos la historia cada vez más acurrucados por el miedo y nos repetía: “mi gata porta un diamante que se multiplicará por dos para aquel que de señas de su paradero”.
Ninguno se atrevía a moverse de aquella cárcel que dibujaban las palabras en las paredes”

La casa no parece la misma veinte años después. Estoy a dos metros de la puerta con mi equipaje. Toda mi vida en una maleta. Y me esperan para celebrar mi boda.
Me casé por poderes hace dos meses con aquel niño taciturno que nos observaba a través de las rendijas de la puerta mientras los demás desgranábamos historias frente a la chimenea.
Era el único valiente que miraba de frente a la abuela Margarita sin inmutarse.
Pasaba sus ratos haciendo cosas más interesantes que escuchar cuentos de miedo.
Aquel último invierno me regaló tres lagartijas, me enseñó las sanguijuelas de la fuente vieja, su colección de piedras-corazón y su mejor amigo, un gorrión pardo que reinaba en una jaula de colores.

¿Qué aspecto tendrá ahora aquel niño callado?
Cuántos detalles vienen a mi mente en estos pocos minutos de espera, de aquellas últimas vacaciones en el campo, del misterio sin resolver de la gata “Sombra” y de la triste jaula vacía del pájaro pardo. Como si fuera hoy, cierro los ojos y veo el brillo amenazador del diente de oro detrás de la sonrisa de la abuela Margarita como una venganza sin tiempo.
Antes de que se abra la puerta, miro el anillo de compromiso en mi dedo anular. No sé si el pedrusco que lo adorna es una baratija o es lo que parece, un brillante que me eriza la piel.
Ahora soy la señora de….
Mi amor tiene los ojos verdes, (no lo recordaba) cuando aúllan los perros se acurruca a mi lado y parece que ronronea, y cuando me acaricia, deja surcos en mi piel con su afilado secreto.
La sombra de “Sombra” vive con nosotros. Formamos un perfecto Menage a trois.

viernes, 17 de julio de 2009

Sábados literarios de Mercedes "Mi aspecto, mi costumbre..."



Es mi costumbre en la última hora de la tarde, cuando los campesinos abandonan la era y antes de que el campo se difumine, salir y tumbarme junto a los mirtos, mientras los vencejos trazan círculos sobre mi cabeza.
Vuelan alto afilando sus alas de guadaña.
Arriba en las torres derruidas, organizan el cortejo o la disputa gritando sin concierto.
A pocos metros, el agua revoltosa de la noria cuenta o canta cosas mientras se pierde por costumbre en los surcos.
A medio camino entre la noche y yo, están las preguntas. Pero nadie, nunca, nadie contesta.
¿Cómo llegué hasta aquí?
Los de arriba, los negros vencejos y los de abajo, habitantes del agua, se han acostumbrado a mi presencia, a mis ratos de alboroto y a mis otros ratos, inmóvil como corresponde al curso natural de mi sangre.
Se que soy hermosa… que un día, por descuido, entró la luna por una grieta en el aljibe y se reflejó mi imagen sobre el plomizo espejo del agua. Sonreí sin atreverme a respirar para no espantar la visión.
Acaricié mi rostro con la palma de la mano, bordeé mis ojos, mis labios y el nacimiento de mi pelo con una leve caricia, mis brazos perfectos, mi pecho, el helado pedestal de mi vientre…
Si pudiera estirar los brazos un poco más, acariciaría las orillas de la acequia que huelen a mastranto, observaría el charco de las ranas, y contaría las estrellas que caben en la boca de barro del cántaro…
Pero debo seguir oculta para no transgredir la norma.
La noche, como una costumbre me empuja de nuevo al agua.
Mi mitad, la mitad que late… no se conforma.
¿Qué de malo tiene ser una sirena?

martes, 14 de julio de 2009

Algo sobre mi madre (Sábados literarios de Mercedes)





Sentada en la puerta de su casa, deshoja sin prisa el verano mientras se abren surcos de sol en la tierra de los geranios. Es julio, este julio que respira calima y jazmines a partes iguales, proporción con reminiscencias árabes que tan bien se amasan en la memoria de sus noventa y dos años.
Aún firmes, sus pasos comienzan al alba, -ella duerme poco- será que quiere exprimir la vida despierta, sazonar de canela los días, dejarse las penas en la molienda, y lucir sus arrugas de pan nuevo para calmar nuestra hambre.
Se prepara el café en la mañana, el gazpacho al medio día y los dulces en la merienda. (A veces pienso que el delantal atado a su cintura anciana, está hecho de retales de luna, de tan blanco)
Borda flores en los manteles de sus nietas, canturrea mientras barre la calle antes de colocar su silla de enea, como una invitación al descanso, a la tertulia, al consejo, a las confidencias….
Presumida todavía, (herencia que me dona a mí, en vida) se pinta los labios, coloca unos jazmines en el pelo, los zapatos nuevos, los zarcillos de fiesta y el abanico… la casa y la sonrisa de par en par, las manos llenas…
Tiene un baúl lleno de defectos, -dice- alguna manía, alguna queja, alguna lágrima y el vacío amargo que dejó mi padre cuando se fue…
Tiene, por eso, guardadas, algunas recomendaciones para la muerte.
Sólo le preocupan dos enemigos condicionales: La soledad y el invierno.
A poco que pueda… seré yo quien pueble su soledad de ahora en adelante. Pero los inviernos… me faltarán bolsillos dónde guardar las lluvias, me faltarán veletas en los dedos para parar los vientos, me faltaran rescoldos para calentarle el alma…
No se yo… Si podré pagarle de algún modo que me diera la vida.

domingo, 12 de julio de 2009



¿Por qué no me preguntas nunca
Cuando de repente me torno oscura,
A que hora se enciende
El candil de mi alegría?
¿Por qué te quedas siempre
al filo de mi abismo,
sin que te alerte el lastre que arrojan mis días?
Cada vez estoy más hueca…
¿Por qué no te preguntas si me pesa la vida?
¿Por qué no me preguntas nunca
qué me sobra mientras me desnudas el cuerpo,
que me falta, que me estorba,
que tengo…?
¿Por qué te quedas siempre
Al filo de tu silencio
Sin que te alerte la guadaña que me sangra?
Cada vez estás más ciego…
¿Por qué no te preguntas dónde ardo cuando tú me apagas?
¿Porque no me preguntas nunca
Cuando de repente estallan mis alas,
si es la miel de tus barrotes
la que envenena mi vuelo?

miércoles, 8 de julio de 2009

Recital solidario




Ven y participa, ven y ayuda... Muchos granos de arena hacen una montaña.

jueves, 2 de julio de 2009

Sabados literarios de Mercedes



Las horas


Si no fuera por el calendario de la cocina, yo juraría que mis días se desbordan del veinticuatro haciendo de las horas un rosario interminable.
A la hora de la letanía, ya casi no tengo fuerzas, y aún así, rezo una sonrisa.
Esta es mi hora, el ecuador que separa el cansancio de mi cuaderno de notas.
La espera adolescente de un encuentro a escondidas descontando horas al sueño.
Atravieso el humo de mi cigarrillo con la imaginación de par en par y me pierdo en el último rincón, a salvo de cualquier llamada.
A veces vomito una hilera de sueños, otras veces mi lápiz se queda sin trazos y mi corazón sin trozos.
Como en el tiempo en el que mi miedo asomaba a la puerta del dormitorio y me gritaba hasta espantar mis pájaros…

Con la vida vacía, mis jaulas de papel guardaron el abecedario esperando un diluvio.

Las historias de mi historia tuvieron que dormir por muchos años. A mitad de mi otoño, raramente, se fueron extendiendo mis raíces, crecieron mis ramas, se poblaron de hojas con savia de tinta azul.
Ahora mis horas son una enredadera que trepa por mi imaginación, mis horas son cuentos, relatos, nanas, poemas de amor sin destinatario…

Me sigue hechizando la noche, los silencios, la luna derramada en el alfeizar, la música del viento, los lapicitos de madera…
Aún conservo esa costumbre de escribir tu nombre en el vaho de los cristales o de jugar a los barcos con las servilletas de papel en el agua de los charcos…

De ahora en adelante, las saetas de todos los relojes señalarán siempre las horas en que me encuentro conmigo misma… Y ya nadie, nadie va a callarme.