Alfredo pone "en rojo" el comienzo de éste viaje, el resto, "en negro" será el destino a donde cada juevero quiera llegar.
Su voz era como un susurro, hablaba
y hablaba sin escatimar en detalles. A esas horas de la noche, los pormenores
sobre la historia de nuestra familia me adormecían sin poder evitarlo. El
abuelo repetía una y otra vez la aventura de aquel viaje en el que una vez en
el tren se dieron cuenta que habían olvidado al niño en la estación.
Fue un barullo, un trajín de maletas y adioses y Manolito,
ajeno al drama, siguió jugando a las canicas cerca de la cantina.
Llegados a este punto del relato, yo ya dormitaba recostado
en la mecedora y el abuelo aprovechaba para fumar el cigarrito que le teníamos
prohibido.
En mi duerme vela, oí que el tren del abuelo ya iba por el
transbordo que hacía en la estación el nocturno de Irún y que a Manolito, (mi
tío abuelo) lo había recogido una familia de Teruel.
Cinco campanadas de reloj y el susurro se hacía cada vez más
tenue. No tardará en cerrar los ojos y aun así seguirá ensartando palabras.
Nunca hemos llegado al final de la historia, ni el abuelo ni
yo.
Él tiene el equipaje de la vida preparado, los nietos nos
repartimos su soledad mientras pasan las estaciones.
Desde ésta ventana de
hospital, se oye el silbido de su último tren.