miércoles, 25 de septiembre de 2013

Escribiendo desde las vísceras, este relato para el jueves




El reloj desorientado marca las siete y el cuco se queda dudando de la brevedad del tiempo, mientras la eternidad parece bailar para  mi sola.
Desde la ventana puedo ver la tormenta y sentir los truenos directamente en la boca del estómago.
El cuarto está en penumbra, huele a orín y a carbón apagado.
Una gotera cae arrítmicamente sobre la escupidera de latón.
Otra arritmia más alarmante me recorre los sueños.
En el camastro del fondo malvive  otra mujer, está de costado mirando a la pared, quieta, muy quieta. Asoman sus greñas amarillentas entre el embozo y la almohada.
Se gira, emergen sus carnes blancas de entre el amasijo de harapos y alarga la mano como una zarpa, buscándome en el encuadre triangular que proyecta la luz del candil. 
El aire es irrespirable.
La muerte se me sube a la garganta  dispersando los latidos  como un gong golpeado por  la lluvia.
¿Dónde está el Dios de los desahuciados? ¿dónde?
Mi compañera de cuarto ha tallado con las uñas en la pared un calendario perpetuo.
Señala que hoy es el primer día del resto de mi vida.
Me sangra el amor…  no tengo cura.    
 



miércoles, 11 de septiembre de 2013

Anuncio Por -Pa-la-bras- Ofertas para el jueves


Arrugue el periódico como si me estuviera exprimiendo la vida con la sumisión impropia de una mujer  sin lugar.
La tía Teresa atendía a la clientela de su bazar y envolvió unos vasos de cristal en las hojas que minutos antes  decidían mi destino.
-Mira sobrina, decía el tío Marcial poniéndome la noticia de tinta ante  mis ojos incrédulos.
Leí:  "Caballero de 50 años, divorciado, educado, atractivo, con buena posición económica y social, desea contactar con señora o señorita  entre 30-48 años, sin cargas familiares, con amplio nivel cultural, buena presencia y educada que le guste la aventura para realizar un viaje en yate alrededor del mundo."
Hasta ayer, mi hogar fue un  internado francés  para huérfanos ricos.
Tengo veinte años, aunque parezco mayor, según me vista de Chanel o de Dior,  una educación exquisita, hablo tres idiomas y dicen que soy bella como lo era mi madre…
Mis tíos han concertado una cita con el caballero del anuncio.
Nos convenimos, dicen.
Negocio cerrado.
Llueve.
El sombrero  me oculta la mirada turbia por el llanto…
Vomito, asomada a la popa del yate de lujo, todas las caricias  regaladas.  
Recorre mi mundo y yo el suyo, sin encontrarnos...
Este viaje no termina nunca.

A mis 57 años, cansada de fingir  amor en cada puerto. A sus 87 cualquier brújula vale para señalar el vacío.  

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Relato para el jueves: "El olvido"




-No es sitio éste para olvidar algo así-  me dije mientras observaba  incrédula el asiento.  Miré a un lado y a otro pensando que sería la obra de un bromista y  yo, la víctima de una de esas cámaras ocultas.
Hacia la mitad del trayecto y alterada  por tan inusual acompañante de viaje, me acerqué al conductor para comentarle lo que quizás fuese un olvido de otro pasajero. ¡Me miró de un modo... el niñato!
Me senté en otro asiento y miraba de reojo por si seguía allí.  
¿Es que acaso nadie lo ve?  Me asustaba tanta normalidad.
En los asientos traseros se había sentado un grupo de gente joven, ¿no es extraño que les hubiese pasado desapercibido tal cosa?
Empecé a preocuparme, a menguarme en el asiento, a esconderme tras mis gafas oscuras y a contar de dos en dos las calles  que aún me separaban hasta llegar a mi casa.
Cambió el color del semáforo y  el conductor frenó bruscamente. Los pasajeros aturdidos por el vaivén nos acomodábamos de nuevo. Seguía allí. Sin inmutarse. Es decir, se había resbalado hasta el  filo dejando aún más desierta la posibilidad de que alguien  lo cogiese.
Decidido. Me lo llevo a casa y mañana acudiré a la oficina de objetos perdidos.
Lo depositarán en una  estantería etiquetado, o quizás lo encierren en una caja metálica, o con suerte, lo pondrán en la vitrina  y enseguida, veras como enseguida viene el dueño… ¿pero y si no tiene dueño?
Otra vez la angustia. Intermitente.
El conductor mastica chicle y menea la cabeza al ritmo de una música machacona.
¡Me miró como si estuviera loca, el niñato!
Y todo porque quise ser una usuaria solidaria con los olvidos ajenos.
Ya, ya sé que no es sitio éste para olvidar…  un  inquietante ojo de cristal azulado.









lunes, 2 de septiembre de 2013

Gaviotas de ciudad




Miro los tejados  donde el aire borra a su antojo los atardeceres malvas.  
Anidan  las gaviotas en este mar de chimeneas,  se clavan en el silencio  sus graznidos  emulando al llanto humano,  espantando  al sueño.
Grises, tiznan el trozo de cielo que veo desde la ventana y crueles devoran a picotazos a una paloma torpe.
Gritan cada vez más enajenadas de norte a sur, de éste a oeste blandiendo sus alas en la batalla con la noche, lejos, cada vez más lejos de la sal.
Han olvidado el rumor del agua acunando la arena y construyen sus nidos aquí donde las olas son de mudo cemento.

Agosto cierra la puerta y me escapo  por las rendijas de los días, a cielo abierto, para no mutar en absurda gaviota de ciudad.