“Quizás convenga para este
viaje guardarse el reloj en la espalda, para que así parezca que el tiempo nos
persigue”
Hablaba sólo mientras
desmigaba el pan duro para que comieran los pájaros. Los gorriones, al
descuido, dejaban sin sustento a las palomas y el parque se teñía de gris
mientras alzaban el vuelo atravesando la noche.
El amanecer no le cogerá
desprevenido, equipaje tan ligero, los pasos sin brida, dirán.
Es la hora.
Y cruza la línea de sus
pensamientos desafiando.
Plancha las arrugas del miedo,
se busca en el espejo, pone el calendario del revés. Vuela.
¡Ridículo tan viejo!
Pero se ha enamorado.
El último viaje, quizás sea su
último viaje, ese del amor, ese de mirarse a los ojos, de temblar en silencio
cuando sólo el alma responde porque el cuerpo se derrama.
Viaje que siega la soledad de
un tajo y tiñe los días de rubor de amapolas.
Paso a paso de dos para partir
el pan y las tardes de noviembre, castañas, granadas, membrillos con canela…
En el vaho de los cristales
medio corazón y un NOSOTROS.