Todavía hoy, cuando abro el pequeño baúl gastado por los años, me tiemblan las manos. Es cierto que no tiene ningún valor material, es de madera oscura y carcomida, tiene un cerrojo oxidado y sin tachuelas pero en tiempos, guardaba celosamente el mejor de los regalos.
La inocencia.
Me basta con cerrar los ojos para encontrar a la niña que fui, sentada en la mecedora que acunaba las siestas.
Puedo oler de nuevo los geranios, el pan recién hecho, puedo escuchar el tic-tac de aquel reloj con doce horas y el canto de las chicharras.
Aún puedo oír su voz y su risa... muy bajito, para no espantar a los gorriones que viven en el alero del tejado – decía-
¿Cómo explicar lo especial que era? porque hay que ser especial para permanecer en el mejor rincón y no derramarse en el tiempo.
La vida me ha dado sin duda cosas muy hermosas, pero su lugar jamás será invadido por ninguna de ellas, porque Ella me dio la fantasía.
...Y fueron pasando los veranos por mi puerta.
Me enseñó mil valores con los que mercadear en la vida, e inesperadamente una tarde me hizo heredera del secreto del baúl.
Me dijo:
“El día que despiertes y la vida no te sorprenda, ábrelo”
Crecí y desperté muchas mañanas porque la vida me seguía sorprendiendo sin necesidad de buscar respuestas. Hasta que la soledad, envoltorio cruel de los días felices, me despojó de ilusiones y no tuve mas remedio que gastar mi herencia.
Toda la luz, todo el color, toda la suavidad, toda la belleza, toda la ternura prisioneras dentro del cofre.
¡Ni tocarlas!
Ella, se apagó tan de repente, que olvidó darme las instrucciones y ahora no se como volar... con estas alas de mariposa.