Es el eco el que juega en éstas habitaciones vacías. Mis
pasos se arrastran igual que la escoba por el mármol de las estancias.
Ya se apagaron los cientos de ojos que transitaron
por los lienzos en las horas de visita, ahora el silencio y yo nos quedamos a
solas con la palidez de la señora del cuadro.
Yo siento que me sigue con la mirada, siento que escucha mis
soliloquios y hasta se compadece del dolor de mis huesos mientras paso la aljofifa por el suelo.
El niño parece querer salirse del cuadro, a veces yo
extiendo mis brazos ofreciéndome a cogerlo. La Virgen de la Servilleta que
pintara Murillo, es el alma que respira conmigo cada noche.
Comparto luces y sombras con Zurbarán, Velázquez o El Greco,
me escondo por los rincones del Museo de
Bellas Artes hasta que el sol llama a la
puerta y el vigilante comienza su ronda en
el Patio del Aljibe.
Me da los buenos días con la complicidad de quien no quiere
saber…
Me aliso el uniforme y la sonrisa y respiro
aliviada bajo el Claustro de los Bojes.
Las diez. Cientos de ojos se pierden por las galerías buscando la belleza.
Yo no entiendo de arte. Sólo soy la
señora de la limpieza.