Arañaré la escarcha de la
ausencia
hasta llegar al calor de los
días felices.
Yo seré el sístole y el
diástole que desahuciaron de tu pecho,
latiré para mantener vivo tu
recuerdo.
En el laberinto de los días,
encontraré una salida que no duela,
engrasaré los instantes del
reloj que compartimos
para que nunca se pare el eco
de tu risa.
Por los abrazos y las palabras
que se quedaron a mitad del camino,
por los reproches y los proyectos
que abortaron en silencio,
por el amor que meció la cuna
de nuestros hijos y nuestro nieto,
mereció la pena caminar juntos
durante cuarenta años.
Por el futuro imperfecto sin
conjugar,
por las plegarias al Dios de
lo posible
para que nos perdone la torpeza
de
no haber sido más felices.
La nana del tiempo me librará
del dolor, compañero,
dormiré tus sueños y los míos
con los ojos bien abiertos,
no sea que la tristeza me coja
desprevenida
sin tiempo para guarecerme del
arco iris.
Hoy aún la tormenta grita
hacia adentro.