Este relato, "El emigrante" ha quedado finalista en el certamen del Valle de Alcudia.
“Los años nos separan de las raíces pero siempre se
añora el tronco a donde volver a recostar los sueños”.
Amanece en este agosto. Todo va a cumplirse.
Sólo le separan trescientos kilómetros de Fuencaliente.
Las calles suben y bajan jugando con el sol y las
sombras. Empinadas cuestas
le llevan hasta la plaza.
Piensa que si le confunden con un forastero, igual lo
tiran al pilar de los burros, y una sonrisa le cose las arrugas.
Dos perros callejeros le siguen de cerca.
Hay cosas que no han cambiado, las mujeres que baldean
las puertas de las casas antes de que el calor apriete, los hombres en la
taberna beben aguardiente y discuten por cosas sin importancia con el acento
particular de su idioma, el cucón.
Al viejo Manuel se le eterniza la mirada en cada
callejuela, en cada fuente, en cada amigo.
La Tata Manuela, centenaria ya,
lleva puesto el vestido de los domingos y jazmines en su pelo. Se ha puesto guapa para recibir a
Manuel.
Parece que fue ayer cuando, con una maleta de cartón y
un hatillo al hombro, lo vio alejarse del pueblo por el camino de Torreparda.
Hoy se cumple esa eterna petición a la vida: volver a
sus raíces, al cortijo cerca de las Lastras, dónde los chiquillos iban a
refrescarse en verano.
El abuelo desanda un camino de casi cincuenta años.
Por fin la luz de Sierra Madrona lo
acoge.
Ya puede morir tranquilo.