domingo, 24 de enero de 2010

Aprendiz


Sólo nos separaba el reguero cárdeno de la copa derramada por el brindis.
Agotadas las lágrimas, mi padre, que tantas lecciones de vida me dio,
saboreó la dicha de ejercer como aprendiz de abuelo,
pasadas las nueve lunas.

viernes, 15 de enero de 2010

La Costilla de Adán





Rebuscábamos entre los escombros de la habitación del fondo de la casa sin saber exactamente que encontraríamos. La bisabuela nos había alertado muchas veces acerca de un tesoro escondido en aquel caserón, pero era tan anciana, que en su mente, cualquier cuento pasaba a ser una realidad palpable.
Algún tesoro de ladrillos y adobe, quizá una piedra de dudosa magia que, puesta al sol, desplegaría poderes extraordinarios, un gato verde, una estrella caída, ¡quien sabe!
Y los chiquillos trasteábamos cada uno de los cuartos medio derruidos por las reformas en la casa, casi seguros de tropezarnos con algo extraordinario.
Una mezcla negruzca se adueñaba de los zapatos delatores, cómplices novatos de la aventura.
Nada.
No más tesoros que una reprimenda por revolverlo todo y trasladar de los escombros a la ropa, una gama importante de tonos “tierra”.
Unos días después tiraron el muro que separaba dos estancias sin luz y en una de las columnas quedó al descubierto una especie de alacena.
Nadie le dio la menor importancia. Un trozo de papel de color indefinido fue arrastrado con el resto de los escombros.
Esta vez no llamé a los otros. Me guardé el tesoro para mí solito.
Y en la noche, con la luz de la linterna bajo la manta, vería con desencanto lo que se guardaba en los dobleces gastados del papel.
¡Tamaña tontería! –pensé- mientras tocaba lo que parecían semillas. Exactamente, once, y una frase escrita con tinta azul (como en las películas) que decía: “Seis pares de costillas” también una tontería, -me dije-.
Y me quedé dormido con las manos y las ilusiones vacías.
Pasó el tiempo... no sé si cambiaron más los muros, o yo.
Se fueron amontonando los años en rincones de escombros difíciles de tirar. Del niño que buscaba tesoros solo quedaba la sonrisa, y de la casa, intacto el patio.
Mirándolo, recordé las semillas y cómo las enterré en el estiércol, cómo regué y protegí los primeros brotes y cómo se extendió silente por la pared, hasta mi cuarto.
Mi madre me dijo el nombre de la planta que ahora trepaba cubriendo la cal con un verde hiriente.
“La costilla de Adán”, era la dueña y vivía desafiante al abandono.
Ahora seríamos dos.
Dejo las maletas en el territorio dónde el polvo y las telarañas se habían exiliado. Me miro en los espejos oscuros del corredor que multiplican la distancia hacia mi habitación. Allí aún huele a sueños de chiquillo.
Muchas emociones, tantas, como años de ausencia.
No puedo dormir.
Quizás me falta el aire.
Desde la ventana, ahora que es de noche, veo cómo se alza fantasmagórica con sus enormes hojas caladas y esas raíces grisáceas enroscándose como serpientes al pretil.
Siento que desde cada agujero me observan, me sentencian robándome el oxigeno.
Empiezo a comprender el misterio entre lo escrito en el papel amarillento del tesoro y el nombre de la planta. Pero algo no acababa de encajar.
Once semillas...
Cada vez tengo mas dificultad al respirar.
La ventana entreabierta me muestra un muro compacto de exuberante y mortal naturaleza.
Tengo miedo.
Cada vez menos aire.
Cada vez más raíces inundando el cuarto.
Apretando.
Más. Más. Más.
Ahogando.
Esta angustia me trastorna. Siento como un pulmón verde me engulle, y en la lucidez inmediata que precede a la muerte, repito:
-Seis pares de costillas-
-Once semillas-
-La costilla de Adán-
Ahora entiendo… Yo tengo la costilla que le falta.
¡Voy a morir!

miércoles, 13 de enero de 2010

Anuncio




Leyó en el cartel que anunciaba la taberna: "Esta es la puerta por dónde pasan las penas para exiliarse"
Y bebió sin conseguir lo anunciado.
Pidió una hoja de reclamaciones donde escribió: "Una borrachera es sólo la efímera frontera del olvido"

jueves, 7 de enero de 2010

Propósito





Quiero borrarte, aunque sea a dentelladas.
Aunque el trágico exterminio de tus besos
enlute las horas al reloj.
Ni me nombres mientras me olvidas,
rumor del destiempo, ni me llames.
Tahúr de mis sueños despiertos,
trujamán de estrellas,
mercader del aire.
Voy a arrancarte de los amaneceres desnudos,
porque en mi piel te haces insoportable.

martes, 5 de enero de 2010

Noche de Reyes







Otra vez la Noche de Reyes. Ahora soy yo la que envuelve, coloca lazos de colores, retoca, revisa, esconde y vigila que todo esté en su sitio.
Nunca he tenido chimenea y sin embargo siempre he sentido que los Reyes bajaban por ahí y de cada chimenea de cada casa del pueblo un humo denso de olivo y alhucema me dibujaba ilusiones cuando amanecía.
El mismo frió de ahora me recorría la espalda y la misma melancolía había en los tejados vecinos desde donde yo veía pasar con ansiedad al Sol hasta que se dormía detrás de la torre.
La primera vez que recuerdo que me envolviera esa magia, estaba yo subida en los hombros de mi padre, cual trono de peticiones de una reina. La Callejuela, exageradamente larga, me separaba de los caballos en que venían.
Extasiándome con sus brillos, los ví pasar con mis ojos incrédulos y desorbitados sin poder articular palabra.
Al llegar a casa, en tropel, le fui contando a mi madre una letanía de sueños que teniendo como portavoz al padre, era seguro que me serían concedidos. Y así fué. ¡Oh, la magia!
Después, muchos años después en que los Magos ya venían en efímeros castillos de cartón y plata, con luces y música -que no conseguían mermar mi ilusión y si, mi capacidad de asombro- y ese pellizco en forma de callada pregunta por saber de que había sido merecedora en esos trescientos sesenta y cinco días de vano empeño por merecer algo.
Y de ahí que empecé a darme cuenta que lo que la vida me regalaba, nada tenia que ver con los deseos ni de cuando era niña, ni de adolescente, ni de adulta, ni de la mujer madura que soy hoy.
Yo siempre desee tener cosas difíciles de comprar con dinero. Siempre mis peticiones eran recogidas con un gesto lastimero (mal disimulado) como queriendo decir...”pobre loca” y nadie entendió nunca mis razones para pedir una jaula donde encerrar la melancolía, un color nuevo para el arco iris, perfume de luna para los geranios de mi patio, un mar de bolsillo, una primavera en diciembre.
No, no nos engañemos. Ni en ésta ni en ninguna Noche de Reyes se me asomó el corazón a la sonrisa, y sí, la sonrisa dibuja corazones de humo que se escapan por las chimeneas de mis recuerdos desde donde se queman las cartas que nunca me atreví a escribir.
Lazos de colores, papel de celofán para envolver con cuidado mis pensamientos.
Y al apagar la luz que todos ven, se enciende Aldebarán y me deja un beso de esperanza colgado de la ventana.
Quizá no sea demasiado tarde para otra petición extraña.
Quiero ser una cometa la próxima Noche de Reyes... y ya os explicare algún día en qué vientos quiero enredarme.

domingo, 3 de enero de 2010

Sabados literarios de Mercedes "Un sueño"




Porque cuando se sueña se llena el alma de sol, a mi niña se le enciende la sonrisa mientras duerme.
Yo la contemplo sin cansarme de su plácido paisaje, de su flequillo tieso, del color aceitunado de su piel y su respiración en perfecta armonía con el universo.
La miro con el tiempo detenido en sus pestañas e intuyo la vida que se está fraguando bajo ellas.
Yo alentaré siempre los sueños de mi niña, ya sea dormida o despierta, pondré color cuando el gris la nuble, seré su sonaja cuando la tristeza desequilibre la balanza de su alegría, yo pondré luz cuando la noche se le haga insoportable, guiare sus pasos cuando la vida le borre las veredas, aceptaré su silencio sin pedir respuestas, bajaré la luna, pararé los vientos, avivaré su fuego, pintaré la paz en las paredes de su fortaleza y le coseré unas alas que la hagan libre…
Huele su piel a alhucema y a pan nuevo, busca con sus manos las eternas fronteras de mis brazos y al saberse el centro de mi centro… sigue soñando.