
¿Te acuerdas?
Yo era la que vivía en la caja de lata, en la última estantería de la despensa.
A mi lado, el laurel se retorcía hasta secarse, y al otro extremo de aquella oscura madera de cerezo, se apilaban los lebrillos de barro.
La poca luz que se filtraba por las rendijas de la puerta, dibujaba en la pared los barrotes de mi cárcel.
Nunca atravesé la frontera para llegar a la frescura de los ladrillos.
Mi mundo limitado por el miedo, se reducía a las cuatro baldas. Solo una vez llegué hasta el techo porque me atraía el olor de la enea mezclado con las cañas y el adobe.
¿Te acuerdas? Una hilera de hormigas custodiaban las rosquillas de nata, otras rodeaban los botes de uvas en aguardiente. (Siempre me agobió ese meticuloso orden del hormiguero)
Olía a tomillo, a almoradú, y a manzanilla amarga recién cortada.
Se multiplicaba la calma en las tardes de noviembre mientras el sol se dibujaba como un cuchillo en la puerta abierta del zaguán.
Con el frío, la despensa se vestía de sabores. Las orzas de manteca en el rincón, las castañas en el cesto de mimbre, las granadas que, abiertas, parecían sonrisas gigantes y rojas, los membrillos endulzando el aire...
El ronroneo de los gatos me producía inquietud obligándome a permanecer quieta, casi sin respirar, al borde mismo de la lata.
En cambio tú, salías a tu antojo haciendo giros imposibles para esquivar su zarpazo.
En el suelo, el cajón de las patatas fue tu cuartel de invierno
¿Te acuerdas? Tu último invierno.
(Vi como te llevaban entre el hueco de dos manos, sin aplastarte)
Que trajín hay en la casa... la están desalojando.
Yo reiné sola durante muchos días y deambulé sola durante muchas noches haciendo surcos en el polvo de las estanterías hasta que me dejé morir.
Que frío hace aquí.
¿Cuánto tiempo ha pasado?
Inmóviles tras el cristal compartimos epitafio, ¡quien lo hubiera dicho!
Con letras doradas dice: “Dictiopteros” “blatta orientalis”.
Lo que yo daría por escuchar de nuevo... “¡Mira, una asquerosa
cucaracha de mierda!
¿Te acuerdas?