miércoles, 31 de marzo de 2010

Este jueves, un relato. "La otra"




Enmarcada en el espejo como una pintura anónima y colgada de la rutina, se adorna la vida con remedios abstractos.
Pasa todas las tardes sola, unas tardes que se alargan a veces hasta la madrugada mientras la ausencia se hace costumbre que ya no duele.
Se sienta frente a la pantalla del ordenador y teclea con desgana.
Tras las letras se va desnudando con aquel desconocido que la piensa hermosa.
En otra parte del mundo, los mismos relojes marcan el hambre de abrazos.
Sabiéndose ajenos, sin tocarse más que con las palabras, juegan a amarse.
El, la esconde bajo clave para que nadie la borre de su soledad.
Ella, se ajusta la careta y con el papel estudiado, se dispone a ser “la otra”.

martes, 23 de marzo de 2010

Presa



Los pavos reales gritan fuera para ahuyentar al silencio, aunque yo los percibo como si viniesen desde dentro de mi sangre empujados por la madrugada.
Desgarrado el sonido recorre las ventanas, se descuelga por los sauces, gime entre las retamas y se destroza en la garganta de los muros de ésta cárcel.
El eco de su llamada se confunde, como se confunden los colores de sus plumas con la engañosa belleza de la libertad.
El miedo se interpreta cada noche como una sinfonía para sordos, mientras sus graznidos duelen como el llanto de los niños.
Las coordenadas de mi sangre alertan urgentes, la última voluntad de condenado.
Me declararé inocente de ser la ocupa en tu deseo, inocente del desfalco de caricias en tu piel.
Y aunque me abran de par en par, el cielo pactado, seguiré estando presa de mi misma.
No callarán nunca los pavos reales.
Que tortura.
Cualquiera diría que esto es el paraíso.

sábado, 6 de marzo de 2010

Sábados literarios. "Perdidos en la gran ciudad"





Venía de la aldea.
Por dentro, el corazón acelerado, el desconcierto, la soledad de quien se arranca de la tierra.
En los bolsillos del abrigo, o en los bolsillos del tiempo, se guarda lo inservible,
la rabia de saberse.
El otoño de las cigüeñas despuebla los campanarios mientras la madre modela rezos que ocupen su vientre ya vacío.
Luego, alargando los abrazos la ve marchar.
No hay lugar para más…
Llega a la ciudad, a racionarse el aire. En el límite de su maleta no caben más consejos.
Fragmentada en las lunas de los escaparates, se piensa eterna.
Y la lluvia que arrastra sueños, se queda a vivir en sus zapatos, húmedo aliento que recorre las calles buscando cobijo en las miradas de los transeúntes.
Fortalezas de puertas cerradas, las aceras, dónde exhausta se rinde.
Un abrazo siquiera… pide su miedo.
Pero el mundo que pasa acelerado no entiende el lenguaje de sus manos extendidas.