Teresa Cameselle nos invita a abrir la puerta del miedo
He notado que desde hace unas noches, la fotografía del
abuelo, esa que me sigue con la mirada
apenas entro en el salón, se mueve como
un péndulo marcando mi miedo.
Pintadas con azufre sus iniciales en la pared,
delimitan su mortaja.
Huele a sangre seca y una agónica respiración se oye a través de las puertas.
El espejo se
ha llenado de otras caras que no son la mía,
los gusanos hilan las cuencas de los ojos para que no entre la luz.
No reconozco a los que habitan el espejo, me rodean
acariciándome el pelo, sonríen
desdentados y se atropellan por asomarse a mi casa.
Mi abuelo se ha salido del cuadro, tiene telarañas, camina
raro, se desmorona a cada paso y yo recojo sus trozos.
El reloj de bolsillo, vacío de tiempo, cuelga desacompasado
de sus harapos, su voz ya no es la que yo recordaba, suena desde las simas
llamándome.
Y acudo a buscar la ternura en los agujeros de su muerte.