jueves, 29 de septiembre de 2016

Este jueves: Cocinando recuerdos





Mientras mi madre me hacía una tortilla sin huevo, (sólo las madres son capaces de hacer magia en la cocina) yo esperaba en el patio atenta a la hilera de hormigas que recorría de parte a parte el arriate de la hierbabuena.

En la mesa de los pobres la imaginación siempre era la invitada de honor.
Así crecí yo, creyendo que mi vaso de leche era la luz de  luna que de noche se filtraba por la enredadera, que las rosquillas que hacía mi abuela eran zarcillos de duendes, que si cerraba los ojos, los garbanzos jugaban a las cuatro esquinas en mi barriga plana...
Los domingos mi casa olía a caramelo de azúcar, a gachas con canela a mermelada de tomate a café de puchero a carbón de hulla, (negro inquilino que sin pedir permiso se fue alojando en los pulmones de mi padre cada día que bajaba a la mina)
Siempre era día de fiesta en el hule de colores, en las servilletas con las iniciales bordadas, en el escaso ajuar de porcelana y en los cuchillos para cortar sinsabores. Siempre vivió la alegría al trasluz de la escasez, allí dónde mi madre elaboraba las mejores tortillas sin huevo del mundo.
De ella heredé la receta y mis hijos la heredarán a su vez.
Ellos aún no saben que cuando la inocencia se arranca de cuajo, los sabores de la infancia se tornan amargos...
Para eso estoy yo, para borrar del recetario del tiempo los ingredientes que sobran en la despensa del alma.

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martes, 27 de septiembre de 2016

Finis Terrae



                                         


 ( Mi relato Finis Terrae, finalista en el certamen de relatos  Mujeres Viajeras, se incluirá en el libro de la VIII edición)


Antes de que el tiempo convierta en astillas la memoria y las palabras sean vestigio de un naufragio, tu naufragio por mi vida, quiero desandar en el papel, los pasos de nuestra huída.
Descontando los días felices, ya sólo quedan los escombros de la costumbre. Decididos a cambiar la rutina, planeamos nuestro último viaje.
Sin rumbo para que la vida nos sorprendiera, guardamos el rencor en un rincón de la maleta con la promesa de desterrarlo poco a poco.
Al alba nos pusimos en marcha, el sol doraba las lomas de los trigales.
Junio. Sevilla.
El tren aligera el tiempo dejando la campiña como un borrón en el paisaje. Córdoba huele a piñonate y nos abre sus puertas con un llamador de arcángeles. La luna derramada en los patios acuna a los geranios. Canta el agua.
Vamos de paso, unas veces a salto de caballo otras con movimiento de alfil, como en un gigantesco tablero de ajedrez, calculando la jugada para no herirnos más.
Todo va tan de prisa…El eco nos pregunta, pero nuestro silencio cae barranco abajo por las simas azules de Despeñaperros.
Madrid nos traga por unos días, pero huimos desde el mapa de bolsillo y echando a suertes el destino, la brújula señaló más al norte,  un pueblo abandonado de León,  Los Montes de la Ermita.
Hasta allí nos arrastró el olvido,  el olor del heno, el luto de los tejados de pizarra, los chillidos  de los vencejos al anochecer, el pulso de las piedras, la sonrisa de los viejos que borraron el calendario…
El rencor, amargo, nos sirvió de alimento por muchos días. Cada vez nos pesó menos el equipaje y más los miedos.
Cuando el invierno blanco bajó por los senderos, pusimos  rumbo al mar…
Huyendo, sólo huyendo de nosotros mismos, anclamos nuestros barcos de papel allí donde el atardecer es como una herida en el horizonte.
Vimos precipitarse el sol en el agua cada día y asistimos al milagro del amanecer en el Cabo de Finisterre.
Náufragos a destiempo, desmenuzamos la noche y la vida con la certeza de lo inevitable.
En la Costa da Morte, suenan a llanto las caracolas.



jueves, 22 de septiembre de 2016

La tempestad...para un jueves de relato.




Aun le sudaban las manos, tenía los nudillos blancos de aferrarse al silencio oscuro debajo de la cama.
Vino el perro a lamerle la cara, a calentarle el alma, a devolverle a la realidad de esa paz transitoria.
La tempestad había cesado por hoy.
En la casa quedaban  los restos del naufragio,
A contracorriente, fue recogiendo la luz del último relámpago para  alumbrar la esperanza de mañana.
Pero mañana, no se le habrán curado aún los golpes, cuando su torpeza  hará estallar la tormenta de nuevo.
¡Corre, escóndete! -Le volverá a rogar su madre- mientras llueve desesperadamente sobre su miedo.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Septiembre... un jueves de septiembre




Arrítmica, suena una gotera en el cubo de latón. Escribo en el vaho de los cristales: Septiembre.
En mi cocina huele a membrillos dulces, el reloj tiene un año de retraso, los gorriones se refugian de la tormenta  en el alero del tejado, el vecino del segundo grita lo acostumbrado, tu recuerdo llueve fuera... Septiembre, septiembre.
Lloran los niños en su primer día de colegio, huelen a colonia fresca, a goma de borrar, a lapicitos de colores, lloran todos los miedos juntos esperando al  arco íris. Los perros callejeros se hermanan con el barro, en la esquina alumbra la farola rota, el cubo de la basura tiene cuatro dueños...
Septiembre, septiembre, septiembre
No me abrocha el vestido de los domingos, el humo del cigarro me desdibuja la sonrisa, los zapatos de tacón son el último paso hacia el fracaso, tengo un novio cyber, una carrera en las medias, una pregunta sin respuesta,  una luna al fondo del pozo, un poema endecasílabo, un perro, ningún futuro...
Septiembre, septiembre, septiembre, septiembre...
La radio grita en francés, el otoño  tiene prisa, escribo del revés tu nombre para entenderte,  las palabras se esconden en el dobladillo de la alegría, las hojas de mi diario juegan a las cuatro esquinas, pronto, la higuera desnudará sus ramas grises, borro los garabatos de humo que deja la duda en mis pupilas.
Quiéreme al menos hasta que acabe septiembre, septiembre, septiembre, septiembre, septiembre...



miércoles, 7 de septiembre de 2016

Te cuento un sueño... relato para el jueves





-Pesadilla-

Cuanto desorden... Pregunté dónde podía colocar mi chaqueta. Era una visita corta, iba a recoger al pequeño que jugaba en el jardín.
Se amontonaba la ropa en todas las habitaciones como si estuvieran de mudanza. Me llamó la atención  que sobre unas sillas aún quedaba ropa de mis padres fallecidos ya hace muchos años,
Por un momento ella dejó su tarea de limpieza y nos asomamos al jardín observando cómo a lo lejos, el niño junto a una de sus hijas, jugaba al escondite detrás de unos setos.
Avanzó como para ir a su encuentro pero a mitad del camino, al borde de un estanque, se puso a vomitar. Yo la observaba de lejos.
El vómito cada vez era más intenso, más oscuro, más aterrador pues  de su boca salían vísceras, tripas que caían al agua en caños, tiñendo y atascando el lago,
Acudimos asustadas su hija y yo a mirar de cerca aquello que había salido de su boca, caminábamos por una vereda que cruzaba el estanque, vereda que se estrechaba conforme avanzábamos.
Ya las tripas habían formado una trama como de ramas y verdina, algas con extrañas figuras que íbamos comentando: !Mira, parecen  troncos, una cabeza de cocodrilo, serpientes saliendo a respirar...! 
Mis pies cada vez pisaban menos tierra y más se llenaban de ese cieno que bordeaba el camino. 
No llegaba a recoger al niño que estaba al otro lado, el móvil comenzó a sonar y yo hacía equilibrios para no caer al agua...
El teléfono sonaba y sonaba. Me despertó. Era el de mi casa.