jueves, 21 de enero de 2016

Relato de jueves..."Sucedió en un autobús de línea"



(Mi relato de hoy es tres veces más largo de lo que nos está permitido según las normas de Tésalo...pero todos sabeis de mi brevedad siempre...así que por esta vez me perdonais, ¿no?
Me hace ilusión deciros que éste fue el primer relato que me premiaron en mi vida, en Sevilla, en El Consorcio de Transportes en el año 2008 y el premio fue una bicicleta.)



Raíces secas


Desde la ventana  el paisaje desolador de lo conocido, la luz hiriente del medio día del sur y la desgana para hacerse preguntas.
La estación un crisol, un tamiz por donde se cuelan las razas, los acentos, los comienzos y los adioses.
-Sevilla, 18 de junio- 
Es todo lo que necesita leer para encontrarse.  Arruga el billete, y lo asila en el bolsillo. El destino es esa incógnita que se quedó en el trozo arrancado por el revisor, un trofeo que estorba en las estanterías de mañana. Da igual.
Raíces secas desde sus pies alertan de una muerte  inminente.  Por eso esconde los zapatos bajo el asiento, esconde la sonrisa, esconde el grito en el minutero del reloj.
 Huye.
Ajusta el respaldo, tamiza el sol con la cortina de rayas (una improvisada cárcel) dirige el chorro del aire acondicionado que como un estilete va abriendo el sudor de la frente hasta helar sus pensamientos.
Cierra los ojos y comienza una cuenta atrás  para arrancarse de un terreno baldío.
Ser un eral no puede ser peor que esto –se dijo-
Coloca el equipaje con sumo cuidado.  Una caja de cartón  envuelta en papel gris, donde el lacre rojo es como una herida que atraviesa el  certificado de mercancía no peligrosa.
Todos los asientos son de “no fumadores”, pero en ninguno se prohíbe  a los desheredados de la felicidad. 
La soledad no contamina.
Todo está en orden, ella entra dentro del cómputo de usuarios anónimos.
Se entretiene revolviendo el bolso ignorando al resto de pasajeros con sus historias escritas en los dedos, esas que  van dejando en el vaho de los cristales  preguntas sin respuestas.
Una factura olvidada en el compartimento plastificado del monedero, es lo único que la condena a esta latitud, una moneda de la suerte, una reliquia de “San Seacabó”, una tarjeta de visita de ese enemigo reciente,  y  una cita caducada para la echadora de cartas.
Todo inútil.
El espejo del bolso es el chivato de sus ojeras, condecoraciones de noches enteras sin dormir. Se retoca la pintura y el escote, (ese precipicio donde  ha caído el compañero de asiento)  Ojea un periódico atrasado buscando las ofertas  de trabajo, haciéndose la interesante, marcando sólo los anuncios que solicitan  licenciaturas.
Ella es licenciada en cacerolas. Tiene un master de infortunios varios, sin cartas de recomendación.
El autobús atraviesa calles sin estrenar. Los viajeros que llegan, traen raíces, pero no como las suyas. 
Ellos  portan su destino en un sitio visible, que los bolsillos son para otros menesteres. Allí guardan las ilusiones de futuro, la magia del encuentro, la prisa del destino….
Que rica es, la pobre,  desde el instante en que sacó un billete solo de ida a ninguna parte.
Fin de trayecto.
El viajero del asiento de al lado, exiliado  sin remedio del acantilado de su canalillo, le pregunta: ¿Señora es éste todo su equipaje?  Refiriéndose a la caja de cartón lacrada.
Si,-contesta- pero no lo quiero.
Veinte años de amor, pesan demasiado.

                                                                                                            - 

lunes, 11 de enero de 2016

Contando las semanas con Sindel. (2 de 52)

                                     
                               "DESENCUENTRO" 



Él no acudió a la cita.
Como un juguete  de mecanismo estropeado,  abandonada en un rincón, dejó pasar las horas frente a una taza de té.
Caminó sobre los charcos llenándose los pies de barro, de vuelta a su realidad.  Llevaba las sandalias en la mano, las miró  sonriendo y por unos instantes le dolió más la sonrisa que los pies.
Cruzar el parque, cruzar la vida y olvidarle…
La había usado, sin haberla tenido nunca.



miércoles, 6 de enero de 2016

Propósitos




Voy a salir a la calle a llenarme las manos de lluvia, a caminar descalza  por el círculo de luz de las farolas del parque.
Voy  con mi vestido  de los domingos a rebosar los bolsillos de estrellas, a descoser el dobladillo de sueños mientras trepan por mi cintura las huellas del mañana.
Voy a huir cuesta arriba hasta que el aliento se enrosque en las acacias como una serpiente en el paraíso sin nombre.
Voy a morder los finales de todos los versos, a masticar la rabia de no encontrarte entre los renglones húmedos de los charcos.
Voy a retar a la tormenta desde mis ojos, a  tronar con mis tacones por tus estancias vacías hasta que estalle el reloj de arena que te encierra.
Voy a abrir la jaula de los augurios y a cerrar sin estrépito la puerta de mis cavilaciones por si baja turbia la risa y destiñe a los peces de colores.
Voy a lacrar este cuaderno donde me derramo, antes que me atropelle la memoria y me sangre la piel de la palabra.