Ya sé que miras para otro
lado, que hablas bajito a la menguante luna de julio, ya, ya sé que estás
lejos, exactamente a dos silencios de mi palabra y sin embargo, sé que me
escuchas como quien oye llover.
Que nos separan unas cuantas preguntas,
que nos encierran unas cuantas respuestas entre estos barrotes insensibles de
la ignorancia.
Algún día, la razón, como por
descuido, se dejará la puerta abierta y las cavilaciones harán un nido a las
afueras dónde podamos querernos a ratos.
Mientras, quiero contarte que
crecemos en la misma dirección del miedo, que por las regueras sigue bajando la
rutina con su traje de domingo, que huimos de las caricias como gatos callejeros…
Que tú lees y yo escribo
metáforas para escondernos, que cabalgamos a lomos del mundo abocadas a no
encontrarnos ni tan siquiera en unos versos.
Te he llamado por esos nombres
que te contienen escribiendo en la
página arrugada de tu memoria y rubrico en tu sien el final de esta carta que
nos desnuda, Rosa María, o Rosa
Desastre…
Al menos sé que me escuchas…
como quien oye llover.