martes, 31 de mayo de 2011



Mi gato y tú os pareceis.
Sois libres, pero volveis a mi regazo cuando os faltan las caricias.
Cuando se va.... o te vas.... callo sin esperar el regreso.
Si me miran sus ojos glaucos, no se lo que piensa.
Cuando tú me miras, sé. De sobra sé.
Por eso muerdo el perfil de la luna si sonries
y alargo el deseo hasta la noche sin dueño.
Luego ahogo mi maullido en la almohada mientras él
se aleja sigiloso por los tejados.
¡Que manera de querer, la vuestra!

martes, 24 de mayo de 2011

Relato de jueves: "Tres personajes en busca de una historia"



La herencia

El traje de Sebastian olía a alcanfor, las solapas raídas, los botones de la chaqueta desigualados, y en el bolsillo un pañuelo doblado en cuatro partes de aristas amarillas.
Cecilia, también había sacado de su armario las mejores galas, aquel vestido floreado que estrenó en su tornaboda y que hoy le estallaba en la cintura.
La ciudad los engulló a penas bajaron del tren. Las calles tan largas, la gente tan de prisa, las casas tan altas… allí les había citado el notario para entregarles una herencia.
Habían hecho cábalas y de las cábalas, preguntas y de las preguntas, dudas.
Se negó. Mil veces se negó y por no transgredir la norma, puso su huella dónde decía “firma conforme”.
Volvieron al pueblo con el camello.

lunes, 9 de mayo de 2011





He comprobado que los cerdos no vuelan. Era esa una asignatura pendiente que me fue arañando las vísceras hasta sangrar por la voz.
Le grité mientras caía.
Asomada al balcón, noté como el viento ejecutaba una danza macabra sobre mi pelo y desde el entramado intermitente, me dejaba entrever su vertiginoso viaje hasta el suelo.
Le grité mientras el eco rebotaba de uno en uno por los once pisos que nos separaban.
Como siempre, no me oyó.
Aquello, evidentemente no fue un efusivo abrazo.
Pensaría que le amaba, seguramente.
Le grité, le grité, le grité… para sacarlo de su error.

jueves, 5 de mayo de 2011

Relato de jueves: "Comida"



(Disculpad si mi relato no encaja exactamente, pero se me vino a la memoria y retrocedí mas de cuarenta años para contaros esta historia real)


Se limpiaba el sudor con un pañuelo de yerba mientras espantaba a los chiquillos que, curiosos, metían las narices en sus pertenencias mientras él, descargaba y montaba los guaytomas.
Viejas y descoloridas cunitas daban vueltas de reclamo hasta que alguien se decidía a comprar un billete.
Cada año llenaba la plaza de colorines y acudíamos a ponernos en fila para ser los primeros en volar más allá de las acacias.
Desde mi ventana podía ver el improvisado hogar que montaba a la espalda de la atracción, una casa con cuatro lonas, cuatro palos dónde colocaba el camastro, bajo éste, una palangana y una caja de cartón con su ropa. Un infiernillo de petróleo y dos peroles para cocinar, una lámpara de carburo para alumbrarse, la manta del perro, la trompeta y un espejo.
La primera noche cenaba de la escasa caridad de los vecinos. Vi como cortaba un trozo de tocino sobre un morrongo de pan y las pocas migajas las relamía el perro, pardo y flaco, atado a mi reja.
Por la mañana, se oía, aún adormilada, la melodía de su trompeta alertando a la calle.
En mi mesa había un tazón de leche calentita, tortas de aceite, algo de fruta, miel y chocolate negro. En su mesa, zurrapa de cebada tostada, sobras de manteca rancia que untaba en las cortezas duras.
Yo tenía de todo menos hambre…
Los niños le llamábamos “Tararí”.
Las vueltas que da la vida. Guaytoma destartalado en la plaza de mi memoria.

martes, 3 de mayo de 2011




Resquebrajado como piel de tambor, un hombre cualquiera
marca el eco de otra piel en mi piel.
El deseo como un látigo, me deja heridas sin voz.
Esquina de tiempo dónde la vida aguarda
el paso de los relojes ciegos.
A quebranto sabe el silencio de la campana rota,
Un nombre cualquiera escrito en la umbría,
garabato indeleble que habita en los escombros de la memoria.

domingo, 1 de mayo de 2011

Detalles





Se que nunca te has fijado a dónde van, cuando al anochecer los persigue la luz hiriente del faro.
Cegados, se escapan entre los dedos del agua y se dejan morir en la otra orilla…
A quien le digo yo, que me crea, que inundaron mi espejo.
Dejé de mirarme el día en que descubrí en tus ojos, la sonrisa amarga de los peces.