lunes, 16 de agosto de 2010
Ramadán
(Me voy al paraiso por unos dias, Kabila, en Marruecos)
Al-alba me despierta el rezo,
Al-daba golpeando el sueño.
Mi sed busca en la otra orilla
Al-wadi al-Kabir *
Miel y canela en el recuerdo.
(* En árabe, Guadalquivir, que significa, río grande)
miércoles, 11 de agosto de 2010
"Tauromaquia" Relato para el jueves
Sólo había un televisor en todo el pueblo, en la taberna de Pedro que estaba frente a mi casa.
Allí se reunían los entendidos en las tardes de toros cuando desde la Maestranza se retransmitía la corrida.
Mi padre era “Currista” y yo, a mis siete años, “del Cordobés” (que ya a los siete me gustaban a mí los toros y hoy a mis 54 no tengo ningún trauma ni me veo mas inhumana que otros)
Tampoco, -si es lo que se pretende- voy a “entrar al trapo” con polémicas y si, ser muy respetuosa con todos los credos.
Habría mucho que discutir y no merece la pena colgarse medallas.
Como os contaba… frente a aquel televisor, en primera fila, aprendía a distinguir las diferentes suertes del toreo…
En las tardes de verano cuando oscurecía, los toros de la dehesa de Isaías y Tulio Vazquez, pasaban de un lado al otro del encerrado, bajaban a beber al arroyo y entre los cañaverales se miraban en el agua. Cuando el sol se ocultaba, confundiendo color de pelaje y noche, los erales caminaban despacio buscando cobijo en las jaras. Los chiquillos en silencio desde la cerca los veíamos pasar y yo, les explicaba lo que había aprendido refiriéndome al pelaje y a la forma de los pitones.
El mayoral montado en su caballo, vara al hombro, como un quijote, se recortaba en la sombra guiándolos…
Como algunos sabéis, soy artesana de bordados. A los dieciséis años me hicieron un encargo muy especial. Bordé mi primer capote de paseo. Ni puedo describir la emoción que encerré entre las puntadas de seda y oro.
El día que su dueño lo paseó por la arena de La Real Maestranza de Sevilla, se me amontonaron los recuerdos.
El corazón de albero se silenció.
Que Dios reparta suertes.
domingo, 8 de agosto de 2010
Madrugada de grillos
Me fueron despertando las sensaciones de una en una
con un abrazo de plenitud, de libertad,
de soledad buscada, añorada, deseada.
Nada más placentero.
Un sofocante calor, dormido el aire detrás de mis cortinas...
Y detrás, la luna,
y detrás el silencio.
Me avisó el reloj con un guiño y se paró.
Cerré los ojos para buscarte entonces.
Viniste a recorrerme entera
y no nos separó la brisa,
viniste a habitar mi deseo y juntos,
recorrimos los surcos que el sueño deja
cuando se siembran besos de amor prohibido.
Amanece duende. ¿Dónde vamos?
" Y los grillos cantan siempre en las noches como esta,
seca la garganta,
cuarenta grados,
Y el hielo de mi vaso se derrite paseando
por la piel agitada de mi pecho.”
sábado, 7 de agosto de 2010
Entierro
Hoy encontre uno de mis cuadernos de cuando era adolescente... La fecha 1973.
Tantos años y descubro en las páginas amarillentas, que sigo usando la misma tinta para contar el desamor.
Entierro
Tú estás como un muerto cualquiera
En la fosa común de mis recuerdos,
respirando el aliento de todas las bocas que me han besado,
arañando el cristal de mi pupila
para ver la luz a través de mis ojos
y te pierdes en la palma de mi mano
cuando con rabia me seco las lágrimas.
La tuya es una cruz más
En el cementerio de mis años,
Para ti el mismo rezo, idéntico epitafio.
Y tú, como todos esos,
abonas la tierra donde crece el olvido.
Si bien es verdad,
Cuando recojo mi cosecha,
Sólo ante ti me tiemblan las manos…
Y no es buen fruto, no, para mi fortaleza.
domingo, 1 de agosto de 2010
La analfabeta
Me estaba prohibido hacer la limpieza en aquella parte de la casa, las ventanas que daban a la galería, permanecían cerradas a cal y canto.
-Bajo ningún concepto se la puede molestar mientras estudia- Fueron las órdenes desde el primer día que me contrataron como cenicienta por horas.
La señora rara vez salía de su cuarto.
La imaginaba yo entre librotes empapándose de conocimientos, sumando a sus ojeras la tinta que restaría a las letras, memorizando logaritmos o deleitándose con las Odiseas de un tal Homero entre otras cosas…
Lo que debía alimentar la cultura a juzgar por la cara de satisfacción con la que aparecía de vez en cuando a darme instrucciones.
Estuve tentada mas de una vez a comentarle que, siendo tan erudita ella, y tan inculta, yo, podría pagarme en especie. Pero no me daba opción de conversación tan larga, pues enseguida se atrincheraba en su cuarto.
La escoba, el cubo, el trapo, no necesitaban prospecto pues se diría que habían nacido como un apéndice más en este cuerpo analfabeto.
Por eso se me contrató, porque yo era poco menos que nada. Ni siquiera me servía en aquella casa el sustantivo propio que me pusieron al nacer. Facunda. Es bien bonito.
Allí me acostumbré a ser sólo un pronombre. TU.
Despojada de calificativos y sólo muy de vez en cuando me adornaban el tiempo con un verbo imperativo: limpia, cocina, duerme, calla.
Un día la señora me pidió el plumero. Yo me ofrecí inmediatamente a limpiar el polvo de donde fuere menester, temerosa de que me despidiera por no hacer bien mis tareas. Pero no, no era eso, se esforzó para que entendiera que el plumero y ella iban a hacer un experimento con las estanterías, lo de la gravedad o algo así -supuse yo-… en fin, que, grave, grave, no sería mucho porque se le oía reir como una descosida desde el otro extremo del pasillo.
Salvando alguna que otra excentricidad, era un placer trabajar para alguien que cultivaba su intelecto con tantísimo esmero. Yo admiraba su sacrificio y las horas de clausura entre esas cuatro paredes, para total, conocer los afluentes de los rios africanos, el ritual de apareamiento del escarabajo pelotero, el precio de la moneda en Sigapur o el código genético de los helechos.
Pero, claro, a ella se la veía tan feliz pasando el plumero por los lomos de la cultura…
No sabría decir si los quejidos que alguna noche me desvelaban, procedían de aquel cuarto, y recordé la frase que mi señora repetía cuando alguien le aconsejaba dejar por un tiempo el estudio: ”El saber no ocupa lugar”, a mi no me cuadraba la respuesta, pues me constaba que tanto libro no le dejaba espacio ni para respirar. Pero no era el caso, las madrugadas sonaban a estampida, a ejército en plena batalla.
Facunda, me dije, tú en imperativo, ¡duerme!
No se cual fue la causa, igual es que con los años me había tomado cariño. Por fin tuve acceso a la habitación del fondo bajo juramento de no tocar ni revelar lo descubierto.
Me regaló todos los libros incitándome así a pulir mi incultura en favor del cuidado meticuloso de tan peculiar mobiliario. (Juzguen ustedes mismos)
Ya se las cuatro reglas, pongo empeño, pero aun me queda mucho que aprender.
-Bajo ningún concepto se la puede molestar mientras estudia- Fueron las órdenes desde el primer día que me contrataron como cenicienta por horas.
La señora rara vez salía de su cuarto.
La imaginaba yo entre librotes empapándose de conocimientos, sumando a sus ojeras la tinta que restaría a las letras, memorizando logaritmos o deleitándose con las Odiseas de un tal Homero entre otras cosas…
Lo que debía alimentar la cultura a juzgar por la cara de satisfacción con la que aparecía de vez en cuando a darme instrucciones.
Estuve tentada mas de una vez a comentarle que, siendo tan erudita ella, y tan inculta, yo, podría pagarme en especie. Pero no me daba opción de conversación tan larga, pues enseguida se atrincheraba en su cuarto.
La escoba, el cubo, el trapo, no necesitaban prospecto pues se diría que habían nacido como un apéndice más en este cuerpo analfabeto.
Por eso se me contrató, porque yo era poco menos que nada. Ni siquiera me servía en aquella casa el sustantivo propio que me pusieron al nacer. Facunda. Es bien bonito.
Allí me acostumbré a ser sólo un pronombre. TU.
Despojada de calificativos y sólo muy de vez en cuando me adornaban el tiempo con un verbo imperativo: limpia, cocina, duerme, calla.
Un día la señora me pidió el plumero. Yo me ofrecí inmediatamente a limpiar el polvo de donde fuere menester, temerosa de que me despidiera por no hacer bien mis tareas. Pero no, no era eso, se esforzó para que entendiera que el plumero y ella iban a hacer un experimento con las estanterías, lo de la gravedad o algo así -supuse yo-… en fin, que, grave, grave, no sería mucho porque se le oía reir como una descosida desde el otro extremo del pasillo.
Salvando alguna que otra excentricidad, era un placer trabajar para alguien que cultivaba su intelecto con tantísimo esmero. Yo admiraba su sacrificio y las horas de clausura entre esas cuatro paredes, para total, conocer los afluentes de los rios africanos, el ritual de apareamiento del escarabajo pelotero, el precio de la moneda en Sigapur o el código genético de los helechos.
Pero, claro, a ella se la veía tan feliz pasando el plumero por los lomos de la cultura…
No sabría decir si los quejidos que alguna noche me desvelaban, procedían de aquel cuarto, y recordé la frase que mi señora repetía cuando alguien le aconsejaba dejar por un tiempo el estudio: ”El saber no ocupa lugar”, a mi no me cuadraba la respuesta, pues me constaba que tanto libro no le dejaba espacio ni para respirar. Pero no era el caso, las madrugadas sonaban a estampida, a ejército en plena batalla.
Facunda, me dije, tú en imperativo, ¡duerme!
No se cual fue la causa, igual es que con los años me había tomado cariño. Por fin tuve acceso a la habitación del fondo bajo juramento de no tocar ni revelar lo descubierto.
Me regaló todos los libros incitándome así a pulir mi incultura en favor del cuidado meticuloso de tan peculiar mobiliario. (Juzguen ustedes mismos)
Ya se las cuatro reglas, pongo empeño, pero aun me queda mucho que aprender.
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