lunes, 17 de noviembre de 2008

Sin equipaje


Sin equipaje

Llevo horas dando vueltas por la habitación, midiendo la profundidad de mis bolsillos.
Calibrando cuántas cosas caben en el territorio neutral de tan vano escondite.
Quitando y poniendo huecos, acomodando prioridades, descartando banales empeños.
Solo dos bolsillos, es para perder la cabeza.
Recorro el cuarto en circular itinerario cuyo punto de partida y de regreso es la ventana. Y a la ventana llegan vacíos una y otra vez por no haber consenso entre lo que quiero y lo que debo llevarme.
Mis bolsillos alojan el nerviosismo de mis dedos y la tensión, toda, que baja desde mis sienes y que a su vez se enquista en mi pecho, desciende por mi espalda y mutila mis pasos. Cuánta.
En la undécima rotonda, me acribillé a preguntas. Me desangré poco a poco, sin alarmarme.
Resignada, por la costumbre, fui dibujando caminitos rojos en el piso, cada uno con un itinerario preciso. Cada vez me costaba más alargar los destinos, pues la sangre era más rápida que el trazado de las veredas.
Me arrastré tres losetas mas allá, poniendo en cada surco todo mi empeño.
Aunque nadie me diese la satisfacción del reconocimiento, como había sucedido a lo largo de toda mi vida, ésta sería la obra póstuma por la que nadie se disputaría la herencia.
Allí, hasta allí voy a llegar… y la ventana huía, no se con que artimañas, cada vez mas lejos.
Si consigo que el dibujo atraviese la estancia, se asome a la ventana, salga y se expanda por el jardín, pinte la grama, empape los naranjos, se cuele por las ramas de los mirtos hasta la calle y dando tumbos atraviese los suburbios de cuanta gente dijo quererme, habrá merecido la pena que, en un susurro, casi, de color mudado, mi espeso temblor se licue a la orilla.
Cada vez más vacía, sin espejos, entregada al torrente de la prisa, cada vez mas dentro de la espiral que hace tambalearse mi vida.
Llegar y luego lavarme las manos para decir un adiós limpio.
Me pregunto cada vez mas angustiada si caben en los bolsillos todas las explicaciones
que te debo, antes de morirme del todo.

1 comentario:

ralero dijo...

Cuando llegamos lo hacemos desnudos. Después, aunque a veces tengamos la falsa ilusión de haberlos llenado, caminamos con los bolsillos y las manos vacías, y, por fin, nos marchamos sin equipaje. Duele, pero mejor no tener prisa. Aunque hayamos perdido la esperanza, siempre es posible que otra amanezca ofreciéndonos de nuevo esas maravillosas falsas ilusiones.

Un abrazo.