lunes, 2 de noviembre de 2009

Dia de difuntos






Halloween, Halloween, me decían los niños con el color mudado y en tropel a la puerta de mi casa. Me llenaron las manos de caramelos, el portal, de cera de sus velitas negras y mancharon de pintura roja el quicio.
Mira que bien, les dije. En mis tiempos no había fiesta de “Jalogüen” y mi fatal pronunciación del inglés desencadenó sus estruendosas risas. ¿Y este alboroto tan colorista para que sirve? -insistía yo ante la impaciencia infantil- Los chiquillos hablando todos a la vez me explicaron cosas, pero al final el que iba vestido de zombi, me dijo: ¿señora usted no ve la tele? Y ya me dejó planchada para toda la noche.
Mi incultura a extremos, ¡mira que no saber lo que era Halloween!
Sus manitas extendidas reclamaban unas monedas y si no, me darían un “zuzto” eso decía el pequeñajo que llevaba muy ufano una capa negra y dos colmillos de plástico. Como un gentleman, dije yo. Noooooooooo, como un “zrácula”, dijo él algo ofendido.
Sin demora, puse unos euros en la alcancía con forma de calabaza que portaba la niña del exorcista y los vi marcharse escaleras abajo con la algarabía negra de sus disfraces. Arrinconada en el sofá, me dispuse a ilustrarme con la caja tonta.
Para este menester, me atrincheré tras la mesa, mando en mano, con la bata y las zapatillas puestas, al más puro estilo de la gente erudita en la materia. Cervecita, frutos secos y una desmadejada gana ardiéndome en la barriga.
Lo que la soledad aparca en mi memoria en momentos como este, lo iré desalojando mañana cuando me haya saturado de cultura nueva.
Noche de Halloween, será lo mismo que aquellas noches de difuntos de la niñez remota cuando el frío de noviembre se guardaba en el bolsillo de la pelliza mientras hacíamos camino hasta el cementerio, con las cerillas, para encender los faroles de los nichos.
A las doce, el último turno, los vecinos de la calle no muy habladores, se arrebujaban en las bufandas dejando una estela de vaho al paso. Se les ponía aceite a las velillas para que ardiesen hasta la mañana siguiente.
Es fiesta, fiesta callada al borde de la cancela, fiesta de flores sin perfume, plastificadas de tristeza.
Los chiquillos, sin asustarnos, aprendíamos el rito pareciéndonos muy lejano el relevo.
Y desde temprano se agrupaban los monaguillos en cortejo, recorriendo las casas una a una repitiendo en cada zaguán: “La Santa Paz” y rociando el suelo con agua bendita a cambio de que se les llenara la cesta con una limosna, que la mayoría de las veces, era comestible; castañas, granadas, naranjas, pan, algún chorizo, algún dulce… arrastrando la espuerta al mediodía para subir a la torre con las viandas y repartirlas allí en almuerzo único mientras se turnaban para tocar a duelo con las campanas viejas.

… Mañana, poniéndole el nombre adecuado a los tiempos, y aún sin querer, voy a cumplir con lo aprendido. ¡Mal haya el conocimiento!
Hace un calor impropio y es de día. Ya sobran las cerillas como sobraron las luces de cera desde hace mucho. Las flores huelen, empeño absurdo en este recinto.
Ya duele asomarse dentro de la tapia, y duele la risa, y duele cada paso del recorrido leyendo epitafios.
Cuesta arriba se hace la visita, pero no hay mas remedio.
Voy dejando lo acordado…
Y a mi vuelta, que raro parece todo, me separan ya tantas cosas de mi orfandad de historia inútil.
No hay nada más triste que el sonido de la campana que llora y se escucha en todos los rincones. Cuando pasados los años, la oyes incansable, deseas que el viento arrase su sonido de golpe, que se quiebre el metal y se derrame el lamento calle abajo, hacia el río, hacia el agua, apagándose para siempre.
Siempre… ¿Cómo se mide ese siempre?

La cerveza se ha calentado en el vaso y me he atiborrado de almendritas para poder soportar la programación de la uno, de la dos, de la tres, de la cuatro…y así hasta recorrer todos los números del mando a distancia.
Total, las dos de la mañana y me rebosa la cultura por todos lados. Ya, ya me he enterado de lo que es la noche de Halloween, de lo que cuesta el kilo de pollo en el supersol, de lo alegre que es la gente que bebe coca-cola, de la visita de la ministra a las tropas, de lo que afecta la crisis a los que cobran seiscientos euros…
Se que mañana seré otra, se me va a notar enseguida el exceso de información que he acumulado esta noche… para no pensar.
Mientras me fumo el último cigarrillo en la terraza, veo un desfile de monstruos pasando por mi calle, algunos innovadores, sustituyeron la calavera por una litrona, la velita de la calabaza por un porrito, las brujillas llevan minifalda, y a las momias se les han caído las vendas dos plazas mas abajo.
Los niños de los caramelos, hace mucho rato que duermen con la cara llena de churretes de carmín. El pequeñillo del “zuzto” disfrazado de “zrácula” me ha dejado en la puerta el disfraz de la inocencia.
No me abrocha… pero ¡que regalo más hermoso!

7 comentarios:

ralero dijo...

Sí, es duro perder la inocencia, ese candor que, hasta en la noche de "jalogüin", nos hace sentirnos eternos sin saber muy bien el significado de la palabra siempre. Aunque eso, si es que llegamos a saberlo, siempre sera tarde.

Un texto magnífico. Me encantó.

Besos.

Y espero que pasen muy pronto esos buenos momentos.

Ardilla Roja dijo...

Te leí la primera vez, a ciegas. No sabía quien había escrito aquella aportación al Sábado Literario de Mercedes. Misterioso le llamó Dorotea, contando "Algo sobre mi madre"

Hoy he venido sabiendo donde venía.

Es delicioso leerte. Te felicito.

MARU dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
MARU dijo...

Un post magnífico. Has hecho un paralelismo magistral entre el pasado y el presente.
Los cambios de costumbres...
Creo que hemos salido ganando, no?
Hemos cambiado campanas tristes, tocando a muerte, por niños graciosísimos, pidiendo caramelos, riendo...

Que ha venido de fuera??? Que más dá!!!!
La alegria se agradece siempre, venga de donde venga, y sino que se lo pregunten al zcácula!!!
Un besito,

Neogeminis Mónica Frau dijo...

paaaaaaaaa!!! qué belleza!...me he quedado envidiando tus recuerdos...hermosa infancia has tenido con tantas tradiciones propias que te han calado hondo. Las modas pasan, quizás se diluyan las costumbres, pero mil veces prefiero esas auténticas, propias de tu niñez, y no estas importadas que nos avasallan con impudicia.

Besitos.

jose francsico dijo...

Plas,plas, plas. ! (Aplaudo y me pongo en pie).

Simplemente magnìfico el relato, en el que a los lectores de digamos cierta edad, nos ayudas a rememorar tiempos pasados que desgraciadamente han sido prostituidos por èstas modas de seguir lo foràneo en detrimento de lo pròpio.

En fìn que le vamos ha hacer.

Sigue con èsta prosa ligera y fàcil y olvida ese camino de tristeza que habias comenzado a seguir en tus poemas, no por ello menos bellos.

dafne dijo...

Me encanta tu texo,a mi también sigue imapactándome esta fiesta triste de todos los santos,que no me parece en absoluto divertída,ni graciosilla..imagino que consecuencia de la edad,de las ausencias y del poso de lo que aprendí y viví cuando era más pequeña,el fúnebre día de difuntos,sin calabazas ,ni caramelos ,solo tañidos de campanas y flores de terciopelo,las flores de muerto ....