Le molestaban sus propios pasos. Alguna vez había odiado a las serpientes, hasta que le conoció. Después, el asco se mudó hasta su piel.
Se arrastró por demasiadas cosas, hibernó en su tiranía, se olvidó de ser.
Silente, abandonó los zapatos de tacón de aguja.
7 comentarios:
Tacones de aguja, sinuosas sierpes que mudan la piel, masoquismo querido que un día, tal vez, quizás, se prefiere olvidar.
Recrearse en la melaza, revolcarse en el fango con la vista en el ombligo, llega a machacar hasta los tobillos.
Besitooos.
Genial, querida Rosa y, a la vez, desgarrador. Olvidarse de uno mismo es lo peor que puede acontecernos.
Un placer leerte.
Besotes.
Maat
Buena imagen, aunque con tus palabras basta para saber de que tortura regresó....
un abrazo de familia, Rosa.
Ay, la pbre! Menudo calvario tenía en sus "tacones", un clavo en el talón y un tornillo en el corazón!
Besos para toda la semana, amiga!
Esa imagen tan simbólica y demostrativa acompaña con justa cuota de masoquismo la crudeza de tus palabras. Nada justifica la entrega en esos términos!
Un abrazo.
...y, finalmente, tras mudar la piel, tras abandonar su cárcel de seda, añoró el tiempo en que, aun arrastrada, podía hacer uso de su lengua bífida. Tragando tierra. Cómo un gusano.
Abrazos.
Impresionante la imagen y las palabras...breve pero para que más... no obstante...que bien completa el Éxodo.
Besos
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