domingo, 14 de diciembre de 2008

Soledad incolora


Soledad incolora

Justo en el tiempo que tarda en cambiar de color el semáforo,
soy capaz de inventar para ti un mundo mejor.
En tres segundos, mientras te acercas a mi ventanilla
he contado las grietas de tus dedos.
Hace frío. Mucho.
Golpeas el cristal con tus nudillos ateridos
y golpeas mi corazón con tu sonrisa.
A ninguna de tus llamadas contesto,
pasando del verde a la huida.
Atrás te quedas sin tiempo de pintar tu historia
con un ámbar permanente.
Hay miedo al rojo de paso,
al negro de tu mano extendida,
a la transparencia de tu mirada.
Rápido bajo la cabeza o miro a la cera de enfrente
que hay luces que parpadean y que te desdibujan.
¡Que hambre de abrazos,
que soledad incolora,
que horizonte de asfalto se divisa
desde tu laberinto de pañuelos…!
Ingratas, la noche y yo pasamos de largo.

2 comentarios:

ralero dijo...

Sí, hace mucho que andamos empeñados en levantar barreras de miedo e indiferencia. Él, sólo; yo, sólo, nosotros... el nosotros ya no existe. Y todos -ninguno- en el frío. Aunque el nuestro -es un decir- al menos tiene mantas.

Un beso.

Ps. En mi (re)creación hay varios creadores y creaciones. Monterroso -el principal- que ya no existe. Dios, -que tampoco- que tras despertar de su larga siesta, aún sigue recreándose en lo creado, atónito, y no coge el teléfono. Y yo que ya no sé de colores. ya ves, tantas creaciones juntas para un descreído compulsivo. (Eso sí, con mi 1,94 pinto techos de maravilla).

Ana Villalobos Carballo dijo...

Qué bien lo has contado Rosa. A medio escribir tengo yo una prosa hablando de esos cuatro colores que lucen los semáforos de Sevilla; el rojo con frecuencia nos exaspera pero ante el negro con sus sonrisas(porque siempre sonrien) y su mano extendida volvemos, con demasiada frecuencia, la cabeza. Ingrata es la vida cuando llega la noche. Como siempre un lujo pasar por tus letras envueltas de profundos sentimientos.