martes, 23 de septiembre de 2008

Raíces secas




Acabo de ganar el segundo premio de "Viaje en autobus en 500 palabras" del Consorcio de Transportes de Sevilla.
Este es mi relato.




-Raíces secas-

Desde la ventana el paisaje desolador de lo conocido, la luz hiriente del medio día del sur y la desgana para hacerse preguntas.
La estación un crisol, un tamiz por donde se cuelan las razas, los acentos, los comienzos y los adioses.
-Sevilla, 18 de junio-
Es todo lo que necesita leer para encontrarse. Arruga el billete, y lo asila en el bolsillo. El destino es esa incógnita que se quedó en el trozo arrancado por el revisor, un trofeo que estorba en las estanterías de mañana. Da igual.
Raíces secas desde sus pies alertan de una muerte inminente. Por eso esconde los zapatos bajo el asiento, esconde la sonrisa, esconde el grito en el minutero del reloj.
Huye.
Ajusta el respaldo, tamiza el sol con la cortina de rayas (una improvisada cárcel) dirige el chorro del aire acondicionado que como un estilete va abriendo el sudor de la frente hasta helar sus pensamientos.
Cierra los ojos y comienza una cuenta atrás para arrancarse de un terreno baldío.
Ser un eral no puede ser peor que esto –se dijo-
Coloca el equipaje con sumo cuidado. Una caja de cartón envuelta en papel gris, donde el lacre rojo es como una herida que atraviesa el certificado de mercancía no peligrosa.
Todos los asientos son de “no fumadores”, pero en ninguno se prohíbe a los desheredados de la felicidad.
La soledad no contamina.
Todo está en orden, ella entra dentro del cómputo de usuarios anónimos.
Se entretiene revolviendo el bolso ignorando al resto de pasajeros con sus historias escritas en los dedos, esas que van dejando en el vaho de los cristales preguntas sin respuestas.
Una factura olvidada en el compartimento plastificado del monedero, es lo único que la condena a esta latitud, una moneda de la suerte, una reliquia de “San Seacabó”, una tarjeta de visita de ese enemigo reciente, y una cita caducada para la echadora de cartas.
Todo inútil.
El espejo del bolso es el chivato de sus ojeras, condecoraciones de noches enteras sin dormir. Se retoca la pintura y el escote, (ese precipicio donde ha caído el compañero de asiento) Ojea un periódico atrasado buscando las ofertas de trabajo, haciéndose la interesante, marcando sólo los anuncios que solicitan licenciaturas.
Ella es licenciada en cacerolas. Tiene un master de infortunios varios, sin cartas de recomendación.
El autobús atraviesa calles sin estrenar. Los viajeros que llegan, traen raíces, pero no como las suyas.
Ellos portan su destino en un sitio visible, que los bolsillos son para otros menesteres. Allí guardan las ilusiones de futuro, la magia del encuentro, la prisa del destino….
Que rica es, la pobre, desde el instante en que sacó un billete solo de ida a ninguna parte.
Fin de trayecto.
El viajero del asiento de al lado, exiliado sin remedio del acantilado de su canalillo, le pregunta: ¿Señora es éste todo su equipaje? Refiriéndose a la caja de cartón lacrada.
Si,-contesta- pero no lo quiero.
Veinte años de amor, pesan demasiado.
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2 comentarios:

ralero dijo...

Qué triste relato. Pero enhorabuena por ese premio.

Abrazos.

Paco dijo...

pues igulmente ¡enhorabuena!

saludos