lunes, 26 de enero de 2009

La procesión




Aún iba el santo calle abajo, por la ventana entreabierta pasaba el olor a incienso y se reflejaba en los cristales la luz temblorosa de los cirios.
Corrió los visillos hasta dejar en penumbra el cuarto.
Bastaba intuir la silueta en los espejos para desnudarse poco a poco.
Era como despojarse de una armadura, se quitó los guantes, el velo negro y los alfileres con que sujetaba la decencia a su pelo.
El traje del mismo luto, cayó sobre la silla.
Dentro quedó el eco de los tambores, resbalando por la espalda como caricia desacompasada.
Ante la desnudez, los prejuicios se apagan dejando una helada costumbre.
La procesión de fuera, la redime.
El calvario de dentro la condena a ser… la fervorosa amante del cura.

1 comentario:

ralero dijo...

Mientras haya amor... siempre quedará la esperanza de que, quizá algún día, pueda producirse el milagro de dejar de creer en el pecado.

Un beso.